Gabriela Michetti, el Estado y los ciudadanos

La Wikipedia dice que la actual Vicepresidente de la Nación, Marta Gabriela Michetti, es bachiller en Ciencia Política y Licenciada en Relaciones Internacionales. Su formación se completa con una maestría en Gestión de Negocios e Integración en la UCES, con un curso de especialización en Solución de Diferencias en el marco de la OMC, en Ginebra, Suiza, en el año 2000, y una carrera similar en Gestión Universitaria en la Universidad de Ottawa, Canadá, en el 2001.

Es bastante dudoso, en consecuencia, que, al menos por formación, Michetti ignore que en los regímenes políticos llamados «democracia» existe una identidad virtualmente absoluta entre el Estado y los ciudadanos.

En unas declaraciones publicadas en diversos medios de comunicación, la señora Michetti ha dicho: «Lo que al Estado no le corresponde, lo tienen que pagar los ciudadanos».

Desde la Revolución Francesa o, lo que es lo mismo, desde el abatimiento del Estado absoluto, los ciudadanos y el Estado están indisolublemente unidos. En la doctrina de los revolucionarios de 1789, el Estado es la forma organizada de la nación, conjunto indiviso de los ciudadanos.

Los distintos grados y formas de participación pueden, en algún caso, alejar, y en otros, acercar, a los ciudadanos de la conformación y funcionamiento de las instituciones del Estado, pero cualquiera que sea esta distancia, rara vez el Estado (democrático) adquiere un perfil diferente al de las personas sobre las que ejerce su poder. Al menos, no hasta el extremo de convertir a aquéllas en un sujeto diferente, en esencia, al mismo Estado.

Menos aún, cuando se trata de los impuestos, las tasas, las tarifas y las cargas públicas en general, porque en este terreno la identificación de ambos conceptos es, si cabe, aún más estrecha.

Con ser preocupante, el hecho de que la segunda magistrada de la República Argentina establezca diferencias entre el Estado y los ciudadanos (en vez de contraponer, por ejemplo, el Estado a la sociedad civil, o los ciudadanos a ese ente que conocemos como «gobierno»), el asunto no ha sido tan grave como el de las destempladas reacciones que en los medios de comunicación ha desencadenado la opinión de la señora Michetti.

Reacciones

Un pensador de los valles, llamado (supuestamente) daniel gomez (así, en minúsculas y sin acentos) ha hecho uso de su inalienable derecho a la libertad de expresión, y ha escrito un enjundioso comentario al pie de la opinión de Michetti, tal cual esta fue publicada por el diario El Tribuno. El comentario de Gómez dice, textualmente, lo siguiente:

«RENGA H. D. P PORQ NO DDIJISTE ESO ANTES DE LAS ELECCIONES. PUDRITE EN TU SILLA, VIEJA H. D MIL P».

Para quien aún no lo sepa, la señora Michetti, de 50 años, desde hace un poco más de dos décadas utiliza una silla de ruedas. En 1994 sufrió un accidente de tráfico de resultas del cual no puede caminar.

Aunque en apariencia brutal y descomedido, el politólogo opinante, desde sus inalcanzables alturas epistemológicas, ha confirmado casi sin querer la tesis de la identidad entre ciudadano y Estado.

Lo ha hecho curiosamente al escribir esa frase tan cervantina que dice: «Pudrite en tu silla, vieja H. D. Mil P».

No olvida el comunicante que Michetti (a la que le dedica los bonitos apelativos de «vieja» y «renga») es una ciudadana, como él. No le agraviarían las mismas declaraciones si, en vez de ser pronunciadas por una vicepresidenta democrática en el siglo XXI, ellas emanaran de Luis XIV o de algún otro monarca absoluto.

Nadie puede desear, al menos públicamente, que un semejante «se pudra en su silla» a menos que con tal crueldad alguien revele sentir, en el fondo, una identificación absoluta con el Estado, y se crea con derecho a decirle a los electos (meros inquilinos del poder) lo que en su nombre deben hacer y lo que no.

Evidentemente, Michetti no es el Estado (no es Luis XIV) ni puede hablar de éste desde dentro, como si todos los demás fuesen ajenos al fenómeno estatal. Aquí se equivoca.

Y no se equivoca tanto don Gómez al dedicarle unos insultos que son propios de la época de las cavernas. Son inmerecidos, machistas y discriminadores hacia la discapacidad y de un profundo mal gusto. Pero, en teoría, el derecho a la libertad de expresión está por encima de todo eso. ¿O no?

El único equivocado aquí, si se nos permite decirlo, es ese diario irresponsable que publica alegremente comentarios sin moderar, dejando rienda suelta a las más bajas pasiones ideológicas.

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