
El lenguaje frío, burocrático, distante y deshumanizado con que Urtubey se desligó de la promesa efectuada a Jean-Michel Bouvier el pasado 18 de diciembre forma parte, para algunos, de la nueva imagen del Gobernador; es decir, de ese aire entre pérfido y desleal en que se ha envuelto poco después de la inesperada derrota en las urnas de su pupilo Daniel Scioli.
Para otros, sin embargo, la cruel negativa del Gobernador y la mayestática distancia con que el mandatario provincial parece contemplar las cosas que suceden alrededor del palacio presidencial, retratan al Urtubey real y verdadero, a ese personaje atroz, capaz de mayor cinismo cuando se trata de alcanzar sus propios objetivos.
Desde hace bastante tiempo, Bouvier se ha convertido en un personaje incómodo para el gobierno de Salta. La insistencia del francés en el esclarecimiento del crimen de su hija y de su amiga hace tiempo que amenaza con hacer de Bouvier una especie de reencarnación de la diosa Némesis. No en vano, algunos altos magistrados del gobierno provincial y de sus poderes satélites, recelan de la posibilidad de que un Bouvier despechado se convierta en el artífice de una venganza que, bien orquestada, podría hacer tambalear los cimientos mismos del Estado.
Lejos parecen estar ya las épocas en que algunos pragmáticos cercanos a Urtubey pensaban en Bouvier como en una fría cifra de la contabilidad del Estado. En una especie de Vanina Alderete con barbas y pelo blanco. Pero el transcurso del tiempo, las vicisitudes judiciales y la evolución caprichosa de los sentimientos humanos han cambiado las cosas y permiten ahora intuir que con dinero (aun con mucho dinero) no se podrá silenciar la voz de un hombre que, en el tercio final de su existencia, se ha trazado por Norte el hallazgo de la verdad y el castigo de los culpables.
Pocos dudan de que si Bouvier se lo propusiera, conseguiría una reunión con Macri en cuestión de pocas semanas. Le bastaría para ello con llamar por teléfono al Quai d'Orsay o al gabinete de Hollande. Pero lo que a Bouvier interesa es una reunión a tres, con Urtubey al medio, sentado en una de esas soberbias sillas de cuero que tanto impresionan a los visitantes a la Casa Rosada.
La razón es muy simple: Bouvier ya se ha reunido con Cristina Kirchner y con Urtubey. Ha escuchado de ellos buenas palabras pero pocos compromisos firmes. Bouvier sabe de la debilidad externa de Urtubey (la que lo aqueja fuera de Salta) y del extremo poder hacia adentro (un control casi total de las instituciones provinciales). Es la hora de que alguien con poder -piensa Bouvier- equilibre la balanza, haga que a Urtubey le caigan las fichas y se erija en portavoz único del Estado nacional argentino frente al mundo.
Bouvier sabe también que no es lo mismo obtener un compromiso de Macri al comienzo de su mandato que en otro momento en que la popularidad y el poder del Presidente sean diferentes. La reciente aprobación por el Senado nacional de la ley que autoriza el pago a los holdouts despeja una de las principales incógnitas de Bouvier: la debilidad parlamentaria del nuevo gobierno.
Ahora las cosas son diferentes. Con Urtubey desligado unilateralmente del compromiso de gestionar una reunión con Macri y con éste aupado por una sorprendente mayoría parlamentaria, Bouvier piensa cuidadosamente sus próximos movimientos. Tal vez sea la hora de «hacer cualquier cosa», como insinuó en sus famosas cartas abiertas de octubre de 2015. Y si esa hora ha llegado, ya podrían algunos en Salta ir armando sus valijas.
Antes de que llegue el momento, Bouvier deberá dedicar una semana a pasear por los Jardines de Luxemburgo para reflexionar en silencio y buscar en su conciencia unas respuestas que lo inquietan: ¿Qué puede haberle hecho Urtubey para que éste haya decidido faltar a su solemne promesa? ¿Qué es lo que ha cambiado tanto en los últimos tres meses para que Urtubey haya dado un vuelco en su postura? ¿Será Isabel Macedo o será la estilizada pluma de los jueces Arias y Martini?
Muchas de las escenas de esta obra transcurren en la penumbra de los bastidores. Cuando los reflectores, en vez de iluminar lo adjetivo, dirijan sus poderosos haces hacia lo sustancial, los salteños veremos un espectáculo que no nos es del todo ajeno: el de las ratas huyendo a toda velocidad por las vigas, cegadas por la luz.