
Cuando una persona normal adopta el status de peregrino, todos sus problemas se solucionan. Comienzan a aparecer los recursos que antes se le negaban y que pensábamos incluso que no existían. Para ellos hay ambulancias, médicos, anestesistas, veterinarios, hidratadores, bomberos, capacitadores, guías, tutores, pedicuros, subsidios, planes de vivienda y un sinfín de servicios y de respuestas realmente sorprendentes.
Ocurren en Salta catástrofes y se vive la pobreza con intensidad, pero mientras el Estado provincial responde a estos desafíos con titubeos e improvisaciones, cuando se trata de organizar el buen pasar de los peregrinos, todo funciona a la perfección.
El señor Arzobispo despliega a sus cartógrafos como ya lo hacía el papa Inocencio XI a finales del siglo XVII; el Ministro de Seguridad delinea los cronogramas y sabe a qué hora y en qué lugar estarán los peregrinos con la precisión del astrónomo que anticipa la hora y el lugar exactos del impacto de un meteorito.
El Ministro de Salud pone a disposición de los peregrinos un arsenal de medicamentos que, por rara casualidad, no tiene necesidad de tomar prestado de Bolivia; la Ministra de Justicia les organiza nodos de mediación cada 45 kilómetros; la Ministra de Derechos Humanos les ameniza la caminata con jueguitos infantiles; el avión sanitario espera a pie de pista con los motores en marcha, como un caza en la cubierta de un portaaviones; el helicóptero de Defensa Civil sobrevuela nerviosamente las rutas como nunca antes y el Gobernador en persona está informado al segundo del desplazamiento de la «mancha peregrina», mejor aún que Hitler del avance de los rusos en mayo de 1945.
El gobierno distribuye entre los peregrinos chalecos reflectantes, curitas, gasas, genioles, sales hidratantes, desodorante para pies, toallitas femeninas, bollos, chancacas, choripanes y mate cocido. A su llegada a la ciudad y para evitar que se hinchen a papuchas en Silisque, la nutricionista mayor del reino les tiene preparada una red de «kioscos saludables».
Los perritos que los acompañen tendrán chips identificatorios, dormirán en caniles de cinco estrellas, comerán alimento balanceado, se les controlará el colesterol, se los abrigará con mantas y volverán a sus casas vacunados, castrados y desparasitados.
La gendarmería, el ejército y la Policía de Tránsito los escoltarán «escalonadamente», para que nada malo les suceda en el camino. Radares, sirenas, alarmas, reflectores, drones, enlaces por UHF, redes de Whatsapp y un largo etcétera confirman que el desplazamiento de los peregrinos del Milagro en Salta es la más grande movilización civil de Sudamérica en tiempos de paz.
No son muchas personas. No son los tutsis huyendo de los hutus, precisamente. Pero el despliegue de medios y la alarma social creada en torno al desplazamiento de los peregrinos salteños convierte a la isla de Lampedusa y a sus barcos cargados de inmigrantes en un juego de niños. La Unión Europea, con la anuencia del Papa, debería convocar de urgencia al padre Ajalla para que sea él quien organice el cronograma en «puntos calientes» como Pas de Calais, la isla de Kos, Hungría o los Balcanes.
Habrá pobreza, desigualdad e injusticia en Salta. Pero nadie podrá decir, nunca, que tratamos mal a nuestros peregrinos o que no les organizamos bien su llegada.