Un gaucho revisionista afirma que el Ejército no combatió en la Batalla de Salta

Cuenta la leyenda que las tropas comandadas por Manuel Belgrano pudieron sorprender a las de Pío Tristán, porque el capitán Aparicio -un lugareño con vasto conocimiento del terreno- le enseñó al general patriota un sendero oculto que conducía exactamente a la retaguardia del ejército de Su Majestad.

202 años después, el gaucho Ramón Aparicio, jefe del fortín de La Candelaria y probable descendiente de aquel sagaz capitán que aseguró la victoria patriota en 1813, ha vuelto a atacar por la retaguardia.

Pero esta vez la víctima no ha sido un general español sino la historia argentina.

Según publica hoy el diario El Tribuno, Aparicio (el joven) ha reaccionado como solo los gauchos encabritados saben hacerlo a la decisión del Gobernador de Salta de «reducir» el desfile patrio del 20 de Febrero al Ejército y la Policía, excluyendo en consecuencia a los gauchos.

«Los que pelearon en la Batalla de Salta fueron los gauchos, no el Ejército o la Policía, a quienes sí los dejaron desfilar», dijo a El Tribuno indignado el descendiente del capitán Aparicio.

De las sorprendentes palabras del jefe gaucho de La Candelaria se desprende que Manuel Belgrano (un abogado metido a militar) no dirigía un Ejército en toda regla sino más bien una banda de facinerosos sin carrera (como su jefe) que nada hubiera podido hacer contra los cañones toledanos de Tristán si no hubieran terciado en el combate los indómitos gauchos.

Tal vez no nos convenga profundizar mucho en el pensamiento histórico de Aparicio, no vaya a ser cosa de que nos enteremos de que Belgrano tampoco creó la Bandera Nacional y que su talento creativo no alcanzaba ni siquiera para diseñar la bandera de Villa Juanita. O que la famosa parada en el río Pasaje no tuvo por objeto juramento ninguno sino que obedeció simplemente a la necesidad de aliviar la vejiga del frágil general.

Tiene razón Aparicio (el joven) cuando afirma que la Policía no peleó en la Batalla de Salta. Una de las razones de esta especie de «deserción histórica» es que mientras los auténticos gauchos del terruño se fajaban a bayonetazo limpio con los españoles, los policías se encontraban efectuando controles de alcoholemia en la avenida Bolivia. La otra razón posible es que la Policía de Salta iba a ser creada recién 12 años después de la Batalla, por decreto del gobernador Brigadier General don José Antonio Álvarez de Arenales.

Pero la revelación de que el Ejército del Norte no tuvo nada que ver en la lucha y que los laureles corresponden a los gauchos es totalmente novedosa y amenaza con causar un pequeño tsunami en las tradicionalmente bien aceitadas relaciones entre los gauchos y los militares.

Fuentes cercanas a la Guarnición local, han deslizado que la molestia del gaucho obedece más a «celos artísticos» que a reivindicaciones de auténtico calado histórico. «Desde que nosotros tenemos la sartén de la historia por el mango, hemos dejado a los gauchos que participen en algunos desfiles, para que la gente se divierta un rato. Pero la verdad es que ellos, por la característica de su espectáculo, deberían participar en los corsos», ha dicho un portavoz de una unidad militar de montaña que no ha querido identificarse.

El militar se ha quejado incluso de los caballos que los gauchos utilizan en sus desfiles. «Cagan mucho y muy hediondo», sostiene el oficial. «Muchos gauchos desfilan en pedo y eso se nota en la alocada coreografía de sus cabalgaduras», afirma.

Urtubey, gaucho traidor, taimado y discriminador

Mientras esta polémica comienza recién a calentar motores, el agraviado gaucho Aparicio acusa de discriminación al gobernador Urtubey, a quien responsabiliza de haberse inventado una excusa meteorológica para evitar que sus gauchos desfilaran.

«Trabajamos más de doce horas para ponernos a punto, gastamos plata, movilizamos familias y nos dejaron sin desfilar. Esto es una vergüenza», dijo Aparicio.

Exactamente como si Bernie Ecclestone hubiera preparado todo el circo de la Fórmula 1 para venir al autódromo Martín Miguel de Güemes y después Urtubey, por una lluvia de nada, hubiera decidido hacer correr a las cafeteras de Villa Mitre.