
Un dato muy curioso surge de la cobertura efectuada por la prensa local. La crónica dice textualmente: Por las restricciones de la pandemia, las familias en Salta celebraron los rituales ancestrales en la intimidad. Más que pedidos hubo agradecimientos.
La información es muy curiosa, como decimos, puesto que si las familias de Salta honraron a la Pachamama en la intimidad, como se afirma, racionalmente no parece posible saber si ha habido más pedidos que agradecimientos; a menos que el cronista haya penetrado en la intimidad de cada una de las familias (que son muchas) o se haya efectuado una encuesta telefónica relámpago.
Ahora bien, si es la Pachamama la que realmente nos invita a vivir como hermanos, es que los salteños tenemos un serio problema.
Si atendemos a la organización política que libremente hemos adoptado, el instrumento que nos invita a vivir como hermanos es la Constitución, y debería ser el único que se utilizara para tal finalidad, teniendo en cuenta su gran capacidad de acoger a las diferentes sensibilidades religiosas y de pensamiento.
Pero por lo que se ha podido comprobar en los últimos años, no le hacemos mucho caso a nuestra norma fundamental. Y, si por los indicadores de fraternidad fuera, tampoco a la Pachamama.
Es más, desde hace un cuarto de siglo los comportamientos cainitas de los salteños se han incrementado de forma notable. Solo el ejemplo de nuestra política doméstica es lo suficientemente elocuente para demostrar del mejor modo posible la tendencia que tenemos los salteños a tratarnos como enemigos irreconducibles más que como hermanos.
Es decir, que aunque cavemos doce mil agujeros en la tierra y echemos en ellos todos los acullicos y confetis que tengamos a mano, la fraternidad entre los salteños seguirá sin funcionar. Porque si la Constitución no es suficiente para que nos comportemos como verdaderos hermanos, el culto a la Pachamama siempre podrá conseguir menos, por razones que son fácilmente comprensibles.
En vez de llevar una contabilidad detallada de los pedidos y de los agradecimientos a la Madre Tierra, como si se tratara de solicitudes de préstamos bancarios, los salteños deberíamos preocuparnos por la cantidad de veces que se viola nuestra Constitución y por los esfuerzos, también cuantiosos, que hacemos todos los días por hacer saltar la hermandad por los aires.
En estas dos semanas previas a las elecciones provinciales, las divisiones y los enfrentamientos son moneda corriente. Ninguna fuerza política de las que concurre a las elecciones, ningún candidato conocido, propone que los que somos y nos sentimos diferentes nos comportemos como hermanos y vivamos juntos en el mismo territorio abrazados, incluidos y reconocidos en nuestra propia Constitución. Cada partido, cada frente, cada candidato lo único que quiere es que todos quepamos en su propio espacio, en donde la unidad (o la uniformidad) es siempre preferible a la diversidad y al pluralismo a los que aspira la Constitución.
Aquel sistema político en el que el ganador se lleva todo y al perdedor no le quedan otras salidas que la de capitular humillantemente o marcharse derrotado al exilio, no promueve hermandades ni sororidades de ninguna naturaleza. Más bien utiliza las elecciones como un ritual ancestral para dividir, para intoxicar y para poner los deseos de la mayoría por encima de los intereses del conjunto social.
En resumen, que si de la Pachamama se espera que refuerce nuestra hermandad, convendría no olvidar que nuestra Constitución está primero y que si no la utilizáramos para aniquilar al contrario y negarle su derecho a vivir al lado nuestro, no tendríamos necesidad de pedirle a la Madre Tierra que obre milagros.