
¿De qué sirve tener a Güemes en los billetes si el Presidente de tu país no sabe ni quién es ni qué hizo?
Está bien. Alberto Fernández no es historiador y sus conocimientos sobre el origen de la sociedad argentina son muy pobres. Pero este no es el problema. Mucho más grave es que el Presidente tampoco tenga idea del destino de sus gobernados.
Al mismo tiempo, la caricatura de un Güemes con los nombres invertidos, subordinado de Belgrano, sin otras ideas militares que las que le pudo dibujar San Martín en una servilleta y sin más apetitos carnales que el hacerle la diligencia a su propia hermana, revela que los millones y millones del dinero de los salteños que han gastado Romero, Urtubey y ahora Sáenz, no han servido para mucho.
Gobernantes y gauchos (que casi son lo mismo) han exportado toneladas de libros destinadas a aclarar las ideas de los confusos gauchos del sur del país. Pero al parecer, nada de lo que han hecho en este sentido ha dado buenos resultados. Para la mayoría de los argentinos, Güemes sigue siendo desconocido, para no hablar de sus circunstancias personales y familiares, que siguen envueltas en una densa nebulosa.
Por eso es que, antes de sacarle los colores al presidente Alberto Fernández por sus gazapos sobre Güemes (que no son nuevos, sino una apagada repetición de los errores del binomio Scioli-Zannini en el Teatro Provincial hace casi seis años), antes de mostrarnos implacablemente sabios sobre Güemes, antes de ejercer como sarcásticos sobradores, antes de presumir de que nos sabemos de memoria todas las oraciones preparatorias de su peculiar Novena, los salteños deberíamos avergonzarnos de nosotros mismos, por ser malos maestros, por intentar convencer a los incrédulos por la fuerza de las leyes, los decretos y los membretes, y por gastar dinero en algo tan absurdo como enseñar a Güemes, allí donde este es todavía desconocido.
A todos esos legisladores copetudos, a todos esos gobernantes engolados que se han encargado de transportar horribles esculturas de Güemes, de regalarlas a las escuelas más remotas; a los que han mandado a pintar cuadros del barbado general, los que han organizado desfiles de gauchos allí donde solo desfilan las ovejas que van a ser trasquiladas; a todos los que se han inventado un catecismo irrefutable para intentar suplir con revelaciones lo que la historia no confirma ni desmiente, en vez de hacerles hacer un curso sobre perspectiva de género güemesiana, se les debería exigir que devuelvan el dinero tan mal empleado en una tarea que, visto lo visto, ha fracasado por completo.
Y a aquellos que, por alimentar todos los días la hoguera de la vanidad güemesiana con libros y artículos (el cual más fantasioso) para darle a Güemes el lugar que le corresponde, no son capaces de encontrar las osamentas que se encuentran más expuestas, a metros de sus propias narices, debajo de sus ventanales, más les convendría guardar la pluma en un lugar bien seguro.