¿De quién es la responsabilidad de los largos desplazamientos de maestros y alumnos en las montañas de Salta?

  • La trágica muerte de la maestra Celeste de los Ríos en el Departamento de Iruya, ocurrida hace poco, cuando la docente regresaba de la escuela rural Fray Bartolomé de las Casas, vuelve a traer al debate la responsabilidad de quienes, en pleno siglo XXI, permiten que maestros y alumnos se desplacen caminando durante horas y horas por peligrosos senderos de alta montaña para poder llegar a la escuela o regresar a sus casas.
  • Hipocresía social

A mediados de los años setenta, la sociedad salteña se vio sacudida por la noticia de que el maestro Luis Gorjón, por entonces inspector de escuelas, había muerto durante una tormenta de viento blanco en la puna salteña, cuando viajaba a lomo de mula de regreso a la ciudad de Salta.


Han transcurrido casi cincuenta años desde entonces. El mundo ha cambiado de forma dramática y la tecnología ha evolucionado de una forma sosprendente. Pero en Salta las cosas siguen igual o incluso peor, como lo demuestra la muerte de la maestra en Iruya, cuando intentaba alcanzar un centro poblado después de casi ocho horas de caminata, en lo que por otra parte constituía su desplazamiento habitual.

Da toda la impresión de que estas espantosas carencias son contempladas por parte de la sociedad como una hazaña y utilizadas por cierta prensa como un elemento demostrativo de la gran vocación de alumnos y maestros salteños de enseñar y aprender, aun en condiciones extremas. En el fondo, nos enorgullece hablar de «sarmientitos» y «sarmientitas», sin reparar en lo lamentable que pueden ser sus condiciones de vida.

Lo cierto es que es una vergüenza que niños en edad escolar carezcan de una escuela cerca del lugar en el que viven y que, para llegar a una, deban caminar durante horas desafiando el peligro de la alta montaña y las condiciones climáticas adversas. En tales condiciones, la educación no es un derecho como proclama nuestra Constitución, sino una especie de tortura.

Echarle la culpa -como ha hecho el gobierno de Salta- a una directora de escuela es cortar el hilo por lo más fino.

Bien es verdad que, como ya sucedió antaño con el maestro Gorjón, la responsabilidad directa de su muerte es de quienes permiten que en el sistema coexistan escuelas urbanas, relativamente accesibles y bien dotadas, con establecimientos sumamente precarios, ubicados en lugares que exigen a sus concurrentes un esfuerzo casi inhumano.

Pero es más cierto que la responsabilidad indirecta es del conjunto de la sociedad salteña, que mira con indiferencia sucesos como estos; que ha normalizado en cierto modo la «épica de la educación» en condiciones extremas, que pone por las nubes a sus sacrificados protagonistas pero que al mismo tiempo no mueve un solo dedo para eliminar los obstáculos que hacen de la educación cotidiana de estas personas una aventura digna de Indiana Jones.

Es tiempo de quitarse el disfraz y de reconocer que lo que está detrás de este vergonzoso fenómeno no es la topografía ni la meteorología sino el atraso y la pobreza, ambos graves e imperdonables.

No es admisible que el gobierno reaccione sancionando a una directora de escuela como máxima responsable de la tragedia. Alguien más, además de ella (alguien con más poder de decisión y capacidad de cambiar las cosas), sabe y tolera el brutal desplazamiento y las condiciones indignas en que se desarrolla la educación de ciudadanos argentinos exactamente iguales a nosotros.

Pero si el gobierno no espabila y admite su responsabilidad en el asunto, es hora de que la sociedad reflexione y denuncie la hipocresía de los que piensan que el hecho de un niño o su maestra se monten a lomo de mula para sortear peligrosas montañas o caminen decenas de kilómetros diariamente son «bellas postales» de nuestra Salta profunda y de sus pueblitos mágicos colgados de las montañas, cuando la más cruda realidad nos está diciendo a gritos que estamos en presencia de un atraso vergonzoso e imperdonable.