
Hace un poco menos de cuatro años, el entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, fue acusado de robarle un chiste al comediante Jerry Seinfeld, referido precisamente al paternalismo policial consistente en poner la mano sobre la cabeza del detenido un segundo antes de meterlo en la furgoneta o en el patrullero.

El 28 de julio de 2017, el presidente Trump se dirigió a las fuerzas policiales de Brentwood, Nueva York, a las que pidió que no fueran tan contemplativos ni tan suaves con los detenidos.
Claro que poco después de este discurso, un policía de Minnesota asfixió hasta la muerte al infortunado George Floyd. Hoy, cuando se celebra el juicio contra el brutal policía, casi nadie se acuerda de la curiosa exhortación de Trump:
«He dicho: Por favor, no seas demasiado amable. Como cuando ponen a alguien en el coche y le protegen la cabeza, ya saben, la forma en que ponen la mano encima. Por ejemplo, para que no se golpee la cabeza un tipo que acaba de matar a alguien. Les he dicho: Puedes quitar la mano, está bien».
El chiste de Seinfeld dice así:
«¿Sabes lo que me gusta? Siempre que los ves en la televisión, los policías estrangulan al detenido, lo golpean con la porra, le ponen las esposas. Pero cuando tienen que sentarlo en el asiento trasero del patrullero, siempre le ponen la mano en la cabeza. No quieren que se golpee la cabeza con ese borde de metal. Eso debe de doler de verdad. 'Cuidado, tranquilo ahora, no te lastimes la cabeza'. El detenido está con la cara hinchada por los golpes, pero ese borde de metal, eso sí que realmente es peligroso».
¿Por qué razón los arrestos son tan brutales en Salta, aun cuando el detenido no ofrece ningún tipo de resistencia?
La respuesta es muy sencilla: el arresto policial es un acto de poder, por lo que en su ejecución debe quedar claro, en todo momento, quién manda y quién debe obedecer.
Pero además, los Policías -a pesar de haberle propinado una buena paliza antes al detenido- actúan como buenos padres y procuran que, a pesar de los golpes y de las heridas que ya tiene, -como dice Seinfeld- de ningún modo se exponga a golpearse la cabeza contra el marco metálico de la puerta del vehículo policial.
Lo cierto es, sin embargo, que colocarle la mano sobre la cabeza a una persona que acaba de perder su libertad es más una forma de humillarlo que de velar por su integridad física.
Si al policía le fuera permitido conducir al arrestado hasta el patrullero colocándole un dedo en el trasero, seguramente lo haría. Pero como la «intrusión digital» no está socialmente muy bien vista, eligen para humillar al detenido practicarle una especie de sumbudrule con contacto, esto es, un gesto pentadáctilo que cubre desde el occipital a los parietales.
Es así que en la primera audiencia ante el Juez de Garantías, a todo reo le debería estar permitido cuestionar la legalidad de su detención por el hecho de que el policía (o el agente fiscal) le ha puesto los dedos sobre la cabeza. Es sabido que en más de una ocasión, los policías se han justificado diciendo lo que querían comprobar es si el detenido portaba cuernos, pero esta ironía es todavía más humillante.
El cuerpo humano (incluidos los cuernos) es inviolable. Si una vez que el empleo de la fuerza ha reducido completamente al sospechoso detenido, ya no hay razón para tocarlo. La Policía debe ser muy cuidadosa en este aspecto.