
La primera clase -absolutamente minoritaria- está constituida por aquellos que hacen esfuerzos para que Güemes sea recordado sobriamente y periódicamente honrado como un personaje relevante de nuestra historia.
La segunda clase -mucho más amplia que la anterior- comprende a los individuos que intentan todos los días del año encontrarle a Güemes «nuevas y asombrosas propiedades heroicas».
La tercera clase -abrumaduramente mayoritaria- engloba a quienes, con la excusa de exaltar a Güemes, no persiguen mejor objetivo que el de honrarse a sí mismos, y, de paso, poner por las nubes un sistema de convivencia plagado de defectos, pero al que con un poco de sana-sana histórico y otro poco de lavado de culpas religioso, se le podrían llegar a encontrar unas virtudes asombrosas.
Solo los de la primera clase niegan que Güemes sea un «héroe incomprendido» o un personaje histórico «underrated», porque con bastante sensatez argumentan que la gloria de Güemes no puede ser objeto de aumentos imaginarios ni materia que admita con facilidad su regulación por decreto. La dimensión de un personaje histórico como Güemes -dicen- no crece en base a «nuevos descubrimientos» ni a reinterpretaciones más o menos ingeniosas de los acontecimientos históricos que nos revelen en el tiempo presente la posesión de «cualidades extraordinarias» que en el pasado no existían o no se valoraban como tales.
Así, el «Güemes social», el «Güemes feminista», el «Güemes democrático» o, incluso, el «Güemes peronista», son sencillamente productos de nuestra febril imaginación que no mejoran a Güemes, sino todo lo contrario, pues no hacen otra cosa que arrancarlo de su contexto histórico para colocarlo, de forma grotesca, en el lugar que a nuestra forma de pensar mejor convenga.
Solo Jesucristo, y porque es Dios, puede permitirse el lujo de compaginar su breve existencia humana con la insondable dimensión de la eternidad. Solo los acontecimientos de la vida de Jesús se pueden reinterpretar legítimamente a través de los siglos y las generaciones. Pero no los de Güemes ni los de cualquier otro mortal, fuera de su tiempo y de sus circunstancias históricas.
Pero en Salta -ya se sabe- Güemes recibe casi el mismo tratamiento que Dios, lo que no debería ofender tanto a Dios como al propio Güemes, que en vida se esforzó por ser un hombre como todos los demás.
No deberíamos preocuparnos tanto por quienes creen que la gloria de Güemes se puede estirar como un chicle, sino por aquellos que no experimentan un sentimiento de reverencia genuino y utilizan la figura de Güemes para que la «visibilidad» (como se dice ahora) se dirija a ellos mismos y a los de su misma calaña.
Figurones los ha habido en todas las épocas, pero en pocas épocas como esta que vivimos la figuración personal y egoísta ha estado tan disimulada detrás de un estandarte patriótico pretendidamente indisputable.
Lamentablemente Güemes se ha convertido en el símbolo de esa clase pacata, egoísta y atrasada compuesta por figurones y figuronas que no han dudado ni un minuto en deformar al personaje histórico y subordinarlo a sus intereses particulares.
Así, con la excusa de convocar a la unanimidad, la figura de Güemes -del Güemes menos «histórico»- se ha convertido en la bandera de una parcialidad, que por muy numerosa que sea, es y seguirá siendo una parcialidad.
Los fastos del bicentenario de Güemes no estarán dirigidos ni protagonizados por los individuos de la primera clase, sino por los que integran las dos clases restantes. Son ellos los que intentarán convencernos de que mientras «más grande sea Güemes», Salta será más próspera y más justa.
Pero Salta -a pesar del estiramiento contrahistórico de la dimensión gloriosa de Güemes, a pesar de las leyes, los decretos, los membretes y los retratos- sigue siendo marginal, pobre, desigual e intrascedente. Los últimos 25 años hablan con bastante elocuencia de nuestro imperdonable retroceso como sociedad civilizada.
Los homenajes de 2021 serán conducidos por individuos que pertenecen la misma clase social que en su día despreció a Güemes, poco después condenó a su descendencia y algo más tarde propició que el monumento que se iba a erigir en su memoria se levantara a extramuros de la ciudad, bien lejos de la «almendra sagrada» en la que se tutelan y conservan nuestras mejores tradiciones vallistas.
Por eso es que no cabe sino pensar que los figurones y figuronas, que son bastante conscientes del mal momento que vive nuestra Provincia y en buena medida responsables de la debacle del último cuarto de siglo, solo quieren jalear a Güemes para darse a sí mismos ciertos aires de grandeza, que nada tienen que ver con el personaje histórico sino más bien con los complejos más profundos de una clase tristemente desbordada por la dinámica democrática, pero que piensa todavía que con un poco de Güemes y otro poco del Señor del Milagro podrán salvar los muebles y ser recordados por las próximas generaciones con el mismo sentimiento de veneración que nosotros, los mortales postpandémicos, recordamos a Güemes.