
En estos tiempos de pandemia, de elevado riesgo de contagio en hospitales y clínicas y de escasez de camas y de recursos sanitarios, uno se pregunta si se justifica que alguien, por razones puramente estéticas, se coloque implantes mamarios.
En estos tiempos de pobreza y de crisis económica, cualquiera se pregunta también si una operación carísima, como es la colocación de prótesis de siliconas en los senos, es el gesto más adecuado para una persona que vive de los presupuestos del Estado y que conoce, por su oficio, las carencias de los hogares argentinos.
Cada uno es dueño de hacer con su cuerpo y con su dinero lo que le dé la gana, por supuesto. Pero hay momentos y momentos para hacerlo. La frivolidad paga un precio cuando se ejerce de forma ostentosa en un momento en que el país está conmocionado y al borde del colapso.
El triste espectáculo protagonizado por el exdiputado nacional Juan Emilio Ameri durante una sesión de la Cámara de Diputados de la Nación revela la doble cara de Salta.
Hace pocos meses, los diez legisladores nacionales por Salta (entre los que no figuraba aún Ameri) dejaron bien claro en el Congreso de la Nación que la nuestra es una provincia ultraconservadora, en donde el culto al Señor del Milagro se ha vuelto sospechoso incluso para el propio Señor del Milagro, en donde la educación religiosa está (todavía) protegida por una ley declarada inconstitucional pero que no ha sido derogada, en donde se defiende la integridad de la vida y la intangibilidad de la familia, pero en donde unos y otros esconden sus debilidades y perversiones sexuales de la vista del gran público.
Casi todos, excepto el diputado Ameri, que ha preferido dejar retratados a los salteños en la mayoría de los medios de comunicación del mundo como faunos de alta montaña, como unas bestias primitivas incapaces de contener sus impulsos sexuales y como personas superficiales, proclives a contar públicamente las aventuras de sus amantes en la intimidad de los quirófanos más cotizados del continente.