Los tribunales deben elegir entre ‘papel cero’ y ‘justicia menos diez’

  • Hace 27 años, en un artículo que escribí para la revista Claves, que dirigía Pedro González, tuve ocasión de reflexionar extensamente sobre las ventajosas aplicaciones de las nuevas tecnologías a la producción y a la vida ciudadana.
  • Un peligro para las libertades

Recuerdo también que por entonces no había Internet en Salta, y que en 1994, cuando llegué a la Argentina, hice todo lo posible para que las redes de comunicaciones de datos se desarrollaran y que los usuarios de la informática de entonces (que éramos unos cuantos) dispusiéramos de acceso barato a los dispositivos y a las conexiones.


Algunos dijeron de mí que era un snob y que estaba planteando una utopía tecnológica. Peores cosas aún se dijeron cuando en 1997 logré convencer al gobernador Juan Carlos Romero de que la Provincia de Salta, su gobierno, su producción y su turismo, debían tener presencia en la Web. Tanta fue la resistencia, que el contrato que suscribí con el gobierno para desarrollar durante dos años aquel sitio no se pudo renovar al cabo del primer año, a pesar de que su lanzamiento (bajo el dominio salta.gov.ar, que yo mismo registré por primera vez en la Cancillería argentina) fue un éxito rotundo.

Pero mi impulso transformador no se quedó allí, pues pronto intenté poner patas para arriba la enseñanza del Derecho a distancia desde mi sillón de Decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Católica de Salta. Estaba convencido entonces, y más lo estoy ahora, de que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, usadas con criterio e inteligencia, pueden revolucionar la enseñanza de casi cualquier disciplina que se imparta de forma presencial y mejorar sustancialmente el aprendizaje.

El caso es que después de este tiempo que ha transcurrido, en el que aquellas tecnologías ya están -como pensábamos hace 30 años- al alcance de prácticamente todo el mundo, son los recién llegados al mundo de las comunicaciones los que me quieren dar lecciones de modernidad a mí.

Todavía tengo que escuchar a algunos jovencitos con ínfulas de sabio hablar del periodismo digital como si hubiesen sido sus descubridores. Algunos ni habían nacido cuando fundé el primer sitio web de periodismo digital de Salta. De hecho, una entrañable amiga, que desde hace varios años ocupa un alto cargo en la Corte de Justicia de Salta, sabe que la primera publicación en Internet de una comunicación importante de la Corte se hizo -a pedido suyo y del presidente Rodolfo Urtubey- en mi propio sitio web, a título de gentileza y a mi costa en el año 1996.

Pero no son lecciones de las que yo ni nadie pueda sacar un buen provecho. Lo que quieren estos improvisados modernistas es conseguir objetivos políticos y sociales a través del empleo de tecnología; objetivos que no podrían conseguir por otros medios. Es decir, ya no se trata de un esfuerzo por extender los derechos de ciudadanía, la cultura y la civilización mediante la incorporación de la tecnología a nuestra vida cotidiana, sino de practicar recortes selectivos para que la tecnología profundice la desigualdad entre las personas y extienda la exclusión.

Estoy de acuerdo en que sería bueno que la burocracia judicial redujera el volumen de papel que utiliza. El objetivo es asequible, sin dudas. Pero mucho antes de eso hay que mejorar la justicia, porque cualquier cambio que se pretenda introducir en la forma de gestionar los asuntos judiciales, si no está apoyado por una transformación profunda de la cultura y de las convicciones de sus protagonistas, estará abocado al fracaso.

Hoy existe una irrazonable cantidad de barreras que obstaculizan el acceso de los ciudadanos (y de algunos profesionales) a los tribunales de justicia. Imponer un sistema tecnológico único y diseñado sin más participación que la de una parte muy minúscula de los interesados comporta erigir un obstáculo más que se suma a todos los que ya tenemos y que somos incapaces de eliminar.

Paradójicamente, en los países en los que más se ha avanzado en materia de «eliminación» del papel en los asuntos judiciales se venden hoy más impresoras que nunca antes en la historia. No todo se puede tratar y resolver en frente de una pantalla. Ni el capitán Kirk ni su segundo de a bordo, el señor Spock, lo hacían.

Una justicia de papel cero puede lograr un efecto totalmente contrario al de la agilidad con que se pretende justificarla. La velocidad mental de un juez o de un secretario judicial (incluso las de los abogados) no aumenta a la misma tasa con que lo hacen los microchips. A muchos les va a costar más tiempo adaptarse a los expedientes digitales y otros no se animarán a dictar una sentencia tajante sin haber tocado, sin haber olido, sin haber visto en vivo y en directo elementos de convicción fundamentales.

Reemplazar el papel por 'pedeefes' (PDF’s) es más o menos como sustituir las carreras de caballos por un juego de PlayStation. La propia idea de la justicia puede convertirse en un juego de realidad virtual. El riesgo es enorme, tanto en lo que se refiere a la calidad de la justicia como a la igualdad entre los justiciables.

Lo que quiero decir es que si opongo reparos a estos planes faraónicos de «modernización» de la justicia no es porque desconfíe de las nuevas tecnologías, sino más bien por todo lo contrario. Conozco (y no porque me los hayan contado) los riesgos del uso sectario y ventajista de la tecnología. De mí, que llevo más de sesenta años entre válvulas, osciladores, micrófonos y antenas, no van a poder decir que escribo con pluma de ganso o que me comunico como en el siglo XVII. He aprendido y practicado estas cosas muchísimo tiempo antes de que los «modernistas» recién llegados empezaran a impartir lecciones.

Tengo experiencia no solo como usuario de estas tecnologías sino también como abogado, y esto me parece muy importante, no para los demás sino para mí. Creo que es esta doble condición la que me permite hablar con cierta autoridad y la que, sin dudas, molesta a los que pretenden implantar sistemas más allá de sus propios conocimientos.

Quizá si en Salta algunas cosas fuesen más transparentes y no hubiesen tantos apetitos de poder, podría creer en las buenas intenciones de los que están detrás de todo esto. Pero mientras no me demuestren que los anima una verdadera vocación de servicio y no un afán desbocado por el poder, seguiré advirtiendo a mis comprovincianos del enorme riesgo que supone para ellos, para su patrimonio, para su familia, para su honra y para su libertad, el que unos pocos quieran cambiar por las suyas un sistema en cuyo diseño deberíamos intervenir todos.