
El gobierno de Salta, con su famoso COE, su pool de expertos en infectología y su equipo de políticos sabihondos y suicidas, está igual de despistado que el común de los ciudadanos.
La comunidad científica está profundamente dividida. Aparecen cada hora nuevos terraplanistas y negacionistas que no solo cuestionan el buen hacer del gobierno sino que niegan que estemos ante una amenaza sanitaria real. La OMS, con sus vacilaciones, tampoco parece dar pie con bola.
A pesar de que el desierto científico se hace más ancho con el correr de las horas, el gobierno provincial de Salta sigue empeñado en ejercer su papel intentado transmitir al ciudadano la idea de que su comité de emergencia todo lo sabe y todo lo puede. Ellos no solamente son los únicos sabios: también son los únicos «responsables».
Pero en realidad nadie sabe muy bien lo que pasa. En este sentido, todos estamos cursando el primero de pandemia y no hay aquí alumnos aventajados ni maestros iluminados. Estamos aprendiendo a golpe de contagios. Tanto el gobierno como nosotros.
Probablemente la humanidad salga fortalecida de este aprendizaje tan brutal, pero para ello es preciso reconocer que todos estamos casi en el mismo nivel de conocimientos o, si se prefiere, en el mismo nivel de confusión mental.
Algunos saben cómo protegerse a sí mismos, pero no cómo proteger a los demás. Los dueños de los negocios se hacen hilacha para elaborar y observar protocolos cuya eficacia no se encuentra respaldada por resultados tangibles y contrastados. Nadie en el fondo cree que el gobierno «nos cuida». Ni el gobierno, que cada vez da más señales de no poder cuidarse ni siquiera a sí mismo.
El uso de la mascarilla, la distancia social y el lavado frecuente de manos, con ser buenos y recomendables, no parecen ser la solución. Nadie da en el clavo y quizá aquí reside la utilidad social de la pandemia, porque nos iguala en la ignorancia y nos hace más humildes. O debería.
Esto quiere decir que los «poderes» del gobierno omnipresente se reducen, pues los políticos tienen menos autoridad. Y no solo en materia de salud pública. La opinión del gobierno ya no es palabra santa ni sus decisiones son infalibles, en materia administrativa, de seguridad, en educación, etc.
Pero la soberbia sigue instalada en las alturas. Para comprobarlo, basta con leer el lenguaje romántico y percibir el tono catastrofista de las acordadas de la Corte de Justicia de Salta o las resoluciones del ínclito Procurador General. Si hacemos este doloroso ejercicio (leer lo que estos señores escriben) nos daremos cuenta inmediatamente de dos cosas: 1) que los ciudadanos estamos tan en pelotas como ellos y 2) que ellos se creen que lo saben todo pero en el fondo no saben nada.
Jueces y fiscales, al igual que médicos y enfermeros, están sorteando a trompicones los desafíos del primero de pandemia (el año en el que todos fuimos aplazados). Todos aquellos son tan vulnerables como cualquiera de nosotros. Incluso quizá más, porque pertenecen a diferentes GDR’s (grupos de riesgo), pero no por su edad cronológica sino por su precaria salud mental.
Por eso que cuando el COE nos quiere dar lecciones de cuarentena a los ciudadanos, el resultado es un fracaso estrepitoso. El nefasto comité gubernamental nació con la promesa implícita de no dejar entrar el virus. Para eso se cerró la Provincia de una forma brutal, pero el virus igual acabó colándose por los barrotes de la jaula. El COE tendría alguna credibilidad si acertaba a mantener los contagios en cero.
Y al final, el diputado Chibán, acusado de ser un supercontagiador no contagió ni a sus más íntimos, pero los camioneros jujeños y algunos fiesteros de Orán, que por su inocuidad ideológica no entran en el target de las armas letales del gobierno, contagiaron a diestro y siniestro, bajo la mirada azorada de los bubble boys de los hospitales y su ejército de hisopadores.
En Salta no hay circulación comunitaria del coronavirus, pero los sufridos transeúntes tampoco circulan con el virus del entusiasmo cívico. Nadie sabe para quién trabaja, nadie sabe quién es su enemigo. Salvo el gobierno, por supuesto.