¿Qué celebramos de Güemes? ¿Su heroísmo o su heroicidad?

  • Quizá no sea el día más adecuado para discutir un matiz como este, pero como desde hace algunos años los salteños están divididos acerca de la real extensión del ‘héroe’ Martín Miguel de Güemes, quizá convenga ahora detenerse en una distinción tan sutil como esta.
  • Una distinción necesaria

Según el Diccionario de sinónimos de la lengua castellana de Pedro María de Olive (París, 1891).


El heroísmo es el método, la regla, la marcha, la manera propia de pensar, de sentir, de obrar que tienen los héroes.

La heroicidad, por el contrario, es la cualidad, la virtud, el carácter propio de héroe, es decir, la grandeza de alma, la generosidad, la sublimidad que inspiran los altos pensamientos; produce los bellos sentimientos, ejecuta acciones superiores dignas de admiración y de respeto.

Según señala el señor Olive, la idea que tenemos del heroísmo, la completa la de heroicidad. Lo que el heroísmo enseña, aconseja, exige, la heroicidad lo ejecuta. El heroísmo es la medida general de la heroicidad personal.

El heroísmo señala el grado de grandeza de alma hasta el que se elevan los héroes; la heroicidad es precisamente esta grandeza del alma, que constituye al héroe, y que este pone en acción.

Cualquier enamorado de Güemes, para quedar bien con todos, dirá del héroe Martín Miguel de Güemes exaltamos tanto el heroísmo como la heroicidad, una solución salomónica que no oculta el hecho de que una mayoría de salteños pone por delante al Güemes que «ejecuta acciones superiores dignas de admiración y respeto» y relega inconscientemente al Güemes que metódicamente enseña a los demás una manera particular de pensar, de sentir y de obrar.

Así, el Güemes racional -el Gobernador moderado, por ejemplo- no es tan héroe como el Güemes infernal, el que con riesgo de su propia vida conduce a sus gauchos por los senderos de la victoria. El impulso prevalece siempre sobre la decisión meditada. Prueba de ello, es la mayor dimensión histórica de Güemes en relación con la de Manuel Belgrano, quien la historia recuerda como a un patriota comprometido, militar improvisado e intelectual brillante, pero no como a un «héroe».

Por otro lado, al general José de San Martín -militar de carrera, como Güemes- se lo recuerda más bien como a un «prócer» y en esa etérea dimensión de «prócer» se intenta desde hace décadas hacer encajar a otro militar (Juan Domingo Perón) adorado y aborrecido hoy se podría decir que a partes casi iguales por sus compatriotas. Sin embargo, ni San Martín ni Perón son considerados «héroes». ¿Por qué Güemes sí?

Quizá la respuesta es que a los salteños no nos gusta mucho pensar. Y por ello, hemos construido un ídolo, no a partir de sus pensamientos y de su modelo de vida, sino en base a sus arrojadas acciones en el campo de batalla. La acción entra por los ojos y no requiere de mucha capacidad reflexiva para valorarla de forma positiva. Probado está que Güemes era lo que se podría llamar «un gaucho ilustrado», con un gran sentido de la habilidad política, y que estaba dotado de una enorme capacidad para comprender y desentrañar el futuro de su patria, en unas circunstancias particularmente difíciles.

El culto al héroe en cierta medida desmerece los otros importantes atributos del carácter del General, quien fue también gobernante, padre, hermano, cuñado, hombre de su mundo y de su tiempo, y no solamente un aguerrido «jefe», como nos lo dibuja la historia.

Casi doscientos años lleva el ilustre General muerto. A él no se le puede preguntar ya cómo le gustaría que lo recuerden, y de hecho preguntarle a sus descendientes vivos sobre el particular es como preguntarle al nieto de Maradona si se acuerda del gol que su abuelo le metió con la mano a los ingleses en el Estadio Azteca en 1986.

Tal vez, si en lugar de hurgar en los costados heroicos de Güemes y dejáramos de usarlo como nuestro particular aloe vera (cada día le descubrimos nuevas cualidades), tendríamos tiempo y disposición mental para dedicar una parte de nuestras loas al hombre -al mortal- que tuvo la lucidez necesaria y suficiente para convertir a Salta en un baluarte de la frontera norte del país naciente y la sabiduría exacta para legar a su pueblo una tradición de respeto por la Ley y hacia el diferente, y no la acción directa y desnuda que puede tener mucho de heroica, pero poco, muy poco, de patriótica y fraterna.