
Ambos gobernadores son, en el mejor sentido de la palabra, ignorantes en materia de coronavirus. Lo cual no es ningún demérito, teniendo en cuenta que desde el experto más encumbrado de la Organización Mundial de Salud para abajo, casi nadie en el mundo sabe exactamente qué pasa con el agente patógeno.
Pero para ellos sí lo es. Mostrarse o reconocerse despistados ante un problema del que más del 99% de los que habitan este planeta ignora no solo la solución sino hasta sus posibles causas es, para estos dos gobernadores, un síntoma inadmisible de debilidad.
El caso es que la ignorancia -la ausencia de conocimiento- promueve una serie de reacciones morales, que en ocasiones adoptan la forma de mandatos normativos y, en otras, -como la incautación de bebidas alcohólicas en el dique Cabra Corral- forman parte de un amplio abanico de arbitrariedades que no están soportadas ni cubiertas por ninguna norma jurídica.
Tanto Sáenz como su colega Morales han cerrado sus provincias a machete, como lo habría hecho cualquier antecesor suyo en el siglo XVII. Los dos creen que esa es la mejor decisión para contener el avance de la enfermedad, aunque provoque el colapso de las débiles economías provinciales y la recuperación pueda llevar años o no producirse nunca.
Los dos se acusan de cometer errores en la «operación jaula» y piensan que los infectados circulan entre las dos provincias como pericos por su casa, burlando los controles, que a veces son ridículos y casi en todos los casos discriminatorios y arbitrarios. Los saben, muy probablemente, que para moverse entre las dos provincias y en el interior de las mismas hay una tarifa de transportistas poco afectos a cumplir por la ley cobran a las personas en apuros.
Lanzas y pullazos entre los ‘pueblos’
La peor enseñanza que se puede extraer de este cruce de acusaciones es que no se puede involucrar en la pretendida ofensa a los pueblos.Si el Gobernador de Jujuy se ha sentido dolido por las insinuaciones de su colega de Salta, él puede darse por ofendido, o bien hacerlo alguno de sus ministros, pero en ningún caso salir decir -como ha hecho- que el ofendido es «el pueblo de Jujuy».
Gerardo Morales ha sido elegido como Gobernador de Jujuy y este título le permite obrar como representante del Estado provincial, pero jamás como intérprete supremo de los sentimientos de sus habitantes. Habría que contratar a un tropel de sociólogos, psicólogos y antropólogos para saber lo que el señor Morales dice saber con solo oír el sonido de sus propias tripas.
En este sentido ha estado un poco más contenido el Gobernador de Salta, Gustavo Sáenz, quien ha querido quitarle hierro al asunto aludiendo al «amor» que mutuamente se profesan salteños y jujeños. Otra falacia, pero al menos un poco más suave -menos dañina- que la «encarnación del pueblo» ensayada por Morales.
Este Gobernador, arrinconado en un ángulo del país, ha salido a reclamar que el Gobernador de Salta «pida disculpas a los jujeños», por haber dicho que «Jujuy» hizo o dejó de hacer tal cosa. Pero al mentar a «Jujuy», es muy dudoso que el salteño haya querido referirse a otra cosa que no sea su gobierno.
Sin embargo, a Morales le interesa que «Jujuy» signifique «el pueblo de Jujuy», pues es mucho más fácil luego poner en vereda al hereje y exigirle una pública disculpa.
Desde luego, Sáenz no ha querido ofender al pueblo de Jujuy. Pero es que el pueblo jujeño, como prácticamente todos los de su especia, no es «inofendible» per se. Por supuesto que se le pueden dirigir ofensas, críticas y reproches. Solo eso faltaría.
La actitud de colocar al pueblo por encima de cualquier otra consideración racional recibe, en cualquier cultura, el nombre de «populismo», y esto es lo que ha hecho el Gobernador de Jujuy, y en mucha menor medida en Gobernador de Salta, cosa bastante extraña en él puesto que es un populista consumado.
Los pueblos, las naciones, los países son entidades puramente artificiales. El respeto que nos debemos los unos a los otros no es más intenso en su faz colectiva que en su faz individual. No se puede agitar el fantasma del pueblo ofendido para justificar reacciones negativas ni para estimular peleas, polémicas, discusiones o enfrentamientos. Si los individuos discuten y polemizan hasta despellejarse vivos, ¿por qué los pueblos tienen que estar siempre de acuerdo en todo?
Pero una cosa es alentar con razones la toma de postura colectiva frente a una realidad cualquiera, y otra convocar desde la más pura irracionalidad a los pueblos a reaccionar frente a una ofensa que solo es advertida por un puñado de individuos. Eso se llama «incitación al odio» y es lo que ha hecho el gobernador Morales.