
Pero, según se desprende de las numerosas noticias que los medios salteños publican últimamente, el ser un «borracho conocido» es una condición pasajera; diríase que efímera.
Al perecer, entre los bebedores empedernidos está empezando a echar raíces la costumbre de «desconocerse» y, a raíz de ello, la ingesta alcohólica suele terminar a las puñaladas. Seguramente por obra del alcohol, los que hasta un momento compartían el pico de la botella, en cuestión de segundos se enfrentan a punta de cuchillo.
Pensándolo bien, resulta un poco extraño que una persona que estaba bebiendo con otra la agreda a puñaladas por haberla «desconocido».
«¡Oh! ¿Quién es este sujeto baboso que pretende chupar de mi botella? Como nunca lo he visto en mi vida, por las dudas, yo lo apuñalo».
Este razonamiento es totalmente absurdo. Más vale la pena pensar que el alcohol, en vez de «desconocer» al compañero de copas, lo que ha hecho es «forzar a que lo conozcamos demasiado».
Entre borrachos que están hasta los bujes, no es infrecuente escuchar un diálogo como este:
- «Vos sabés cómo te quiero, ¿no? ¿Y sabés por qué te quiero? ¡Porque sos un hijo de puta!», todo esto pronunciado con dificultad y entre borbotones de coca mascada.
El otro responderá: - «Me alegra que me digas eso, sobre todo después de la desilusión de saber que tu mujer nos engaña».
¡Y claro! Hay aquí un punto-de-no-retorno. Después de esa doble confesión solo cabe llorar a moco tendido sobre el hombro del amigo, o coserlo a puñaladas.
Esto, que para algunos es «desconocerse», no es más que conocer mejor las virtudes del amigo.
No todos los bebedores que terminan a los balazos se desconocen. Algunos, gracias al alcohol se conocen más de la cuenta.