Finca Las Costas: Muchos símbolos, pocos libros

  • La foto del Gobernador de la Provincia y de los jueces de la Corte de Justicia de Salta, embarbijados, es una metáfora de la impotencia.
  • Desertificación mental

Pero más allá de este detalle estético, que parece rebajar a las poderosas gargantas del poder a la altura de los sufridos ciudadanos que hacen cola en los rapipago para saldar sus cuentas (los barbijos judiciales no son ni más elegantes ni más efectivos que los que se ven en las calles), lo que llama poderosamente la atención del observador es la penosa decoración de la residencia oficial de Finca Las Costas.


Ayer, día 23 de abril, y en coincidencia con la celebración de San Jorge, el mundo rendía un homenaje al libro, con ocasión del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor.

Pero no en Finca Las Costas (o al menos en este salón), en donde las blancas estanterías (más propias de una sala de radiología que de un recinto gubernamental) aparecen completamente vacías. Ni un solo libro, señal de que hemos sido (y seguimos estando) gobernados por gente que, a falta de mejor formación, adhiere al lema del escudo de la UNSa («Mi sabiduría viene de esta tierra»).

O bien Sáenz los colecciona en formato Kindle, o en realidad su pasión no son los libros sino las canciones desgarradas de Sergio Dalma, como la famosa Bailar pegados, que si antes sonaba bonito y sensual hoy representa una bofetada erótica lanzada a la mejilla de la cuarentena y el distanciamiento social solidario.

Pero a falta de libros, en la residencia oficial del Gobernador de la Provincia no faltan los símbolos.

Para empezar, el enorme escudo de Salta esmerilado sobre el cristal de la gigantesca mesa de reuniones. Pero también un busto de Güemes, que curiosamente parece salido de la misma forja del que hay en la cárcel de Villa de Las Rosas y con el que se ha fotografiado el único preso político del gobierno (Santos Clemente Vera).

No faltan tampoco las banderas; especialmente la de Salta, cuya ley regulatoria solo obliga a su colocación en el exterior de los edificios públicos pero no en el interior de las oficinas.

Otro símbolo -aunque no patriótico- es el celular del juez Fabián Vittar, quien acudió al envite con una mascarilla de las que solía utilizar El Zorro antes de cruzar su espada con el temible Capitán Monasterio. Vittar no pudo colocársela en los ojos, como lo hacía el apuesto don Diego de la Vega, sino tapando nariz y boca como señala el riguroso protocolo aprobado por el barbijero mayor del reino, señor Gustavo Sáenz.

Cuando la crisis sanitaria haya pasado y el impulso solidario de los salteños siga intacto, deberíamos pensar en una campaña de aportes solidarios para poblar de libros los 8 metros lineales de la estantería radiológica de Finca Las Costas.

Quienes deseen contribuir a este empeño, que también es «sanitario», pero en otro sentido, pueden hacerlo mediante el envío de obras de García Márquez, Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Ernesto Sabato, Julio Cortazar, Vargas Llosa, Balzac, Flaubert, Zola o Proust, aunque también, y teniendo en cuenta el gusto de los lectores, se admiten las colecciones encuadernadas de las famosas revistas El Tony, D’Artagnan y Parabrisas Corsa; o los libros del ínclito profesor Cáseres, que en un contexto tan patriótico como el de la sala de situación de Las Costas no desentonarían tanto como los del ultraliberal Vargas Llosa.