El pensamiento libre: ese placer prohibido que apenas se disfruta en Salta

  • Las épocas de cambio y los cambios de época son a menudo presididos por grandes olas de pensamiento libre que contribuyen a cuestionar la firmeza de las verdades establecidas.
  • Una reflexión injustamente postergada

En Salta se habla mucho en estos días de cambio, de transiciones, de finales de ciclo y de cosas parecidas. Muchas personas se ilusionan legítimamente por lo que -calculan- habrá de ser el amanecer de nuevos tiempos, que a su vez propiciarán nuevas prácticas y generarán ilusiones renovadas.


Pero si los verdaderos cambios se distinguen de los que no lo son por la presencia de una previa revolución del pensamiento, nobleza obliga a admitir que las transformaciones que se avecinan y se anuncian, o no son verdaderas, o solo ocultan una apuesta firme por la continuidad.

En nuestra Provincia abundan las mentes inquietas desde siempre. Parece un poco exagerado predicarlo de un lugar que está considerado desde hace mucho tiempo como el reino mágico de la opería solemne. Quizá sea absurdo detectar hiperactividad intelectual en una tierra en la que se erigen monumentos a los más opas de la comarca, mientras que los sabios se mueren pobres y olvidados.

El problema es que nuestras cabezas mejor amuebladas, tan pronto como se dan cuenta del don con el que han sido bendecidas, rápidamente buscan el amparo de pequeñas tribus que los cobijen y los promuevan. En Salta casi nadie se anima a pensar por su cuenta y a hacer bandera de su libertad de pensar.

Las buenas ideas se reciclan generalmente en los sospechosos circuitos de la política, y son los políticos -hombres y mujeres de escasas luces, por definición- quienes las manipulan y las degradan, no con otra intención que la de impedir que el pensamiento libre florezca en las esquinas y acabe generando una ola que, de producirse, seguramente acabaría engullendo a los políticos.

Una de las formas más características y también más perniciosas de esta manipulación consiste en hacerles creer a nuestros pocos pensadores que ellos forman parte de la vanguardia intelectual de la humanidad y que conforman una especie de «reserva moral» para la solución de todos nuestros males. El que de verdad piensa en libertad y encuentra un placer extraño en hacerlo, nunca está convencido de la razón de sus argumentos y desconfía profundamente de los halagos, a los que nunca considera merecidos. En el momento en que el que piensa está o se muestra demasiado convencido de su acierto, de sus méritos o de su importancia dentro de la sociedad en la que vive es porque ya se ha pasado al bando de los opas solemnes.

En Salta, no solo la soledad y el aislamiento caracterizan al pensador libre. Podemos distinguirlos, bien es verdad que con alguna dificultad, ya que entre nosotros no es fácil saber de buenas a primeras quién persigue la verdad utilizando el pensamiento lógico, el razonamiento crítico y la observación empírica, y quién, en cambio, cree encontrar el camino de la verdad en las imposiciones de la autoridad, en la tradición, en la revelación, en la ideología o en cualquier clase de dogma.

Lamentablemente, para los gobiernos es más fácil reclutar a sus hombres y mujeres entre los que forman parte del segundo grupo; simplemente porque estos son «más previsibles», de alguna forma son también más estables y por ello mismo más fácilmente controlables. Pero aunque un gobierno sea más difícil de cohesionar cuando para integrarlo se convoca a personas que piensan sin ataduras y sin esquemas preconcebidos, es inevitable pensar que toda empresa humana (y los gobiernos no son la excepción) requiere para progresar de aquellos que desafían la ortodoxia animándose a aportar a la convivencia con sus semejantes pensamientos generados por su más profunda, más original, más esencial y más espiritual individualidad.

El pensamiento libre implica el poder y el privilegio de ser capaz de generar ideas y pensamientos propios, sin dejarse influir por los prejuicios de la sociedad. No solo supone la capacidad de pensar sin prejuicios, sino también la de hacer preguntas sin miedo y la de hablar sin arrepentirse.

Si bien la falta de pensamiento libre se traduce casi de inmediato en un retroceso apreciable de las artes y las ciencias, el fenómeno tiene también consecuencias políticas tan importantes como poco exploradas.

Cualquier sociedad o autoridad que -como ocurre en Salta- desaliente el pensamiento libre, ya sea penalizándolo de forma expresa o promoviendo activamente el pensamiento dogmático, puede ser calificada, sin miedo a equivocarse, como una sociedad autocrática y fundamentalista, que busca globalizar sus propias ideas. Desde este punto de vista, el pensamiento libre probablemente sea el instrumento ideal para luchar contra las dictaduras y preservar los fundamentos de la democracia.

Aceptar sin cuestionar y no refutar los principios que nos vienen impuestos de forma autoritaria es peligroso y poco saludable, como lo demuestra la experiencia cotidiana en Salta, en donde durante las dos últimas décadas nos hemos dedicado a fabricar símbolos y héroes sin razón ni medida. El pensamiento libre constituye así el preludio necesario para una nación y una sociedad abiertas, progresistas y receptivas.

Pensar libremente no supone acertar siempre. Puede -y a menudo así ocurre- que el pensamiento libre confiera expresión a ideas aparentemente absurdas o, incluso, que puedan ser vistas como retrógradas. Lo importante es poder tener un foro abierto en donde poder comunicar estas ideas, pues esta es la mejor forma de demostrar que estas ideas puedan estar equivocadas. La apertura de los diferentes espacios sociales al pensamiento libre ayudaría sin dudas a las personas a pensar de manera diferente, les animaría a expandir los horizontes de pensamiento existentes y a ser capaces de desarrollar formas innovadoras para refutar o implementar nuevas ideas.

Si un espíritu de investigación y un mínimo sentido de la curiosidad son importantes para cualquier sociedad que se enfrente al desafío de abordar su futuro, mucho más lo son en Salta, en donde el reto más complicado y a la vez más ilusionante que tenemos que afrontar ahora es el de liberar al pensamiento de su encierro para evitar que sigamos prisioneros de supersticiones absurdas y que nos empeñemos en construir la Salta del futuro sobre esos mismos cimientos.