La imagen exterior de Salta

La reputación internacional de Salta, como sociedad políticamente organizada, asentada en un territorio, es algo que, con suerte, alcanza a preocupar al uno por cien de los salteños residentes.

Durante el último decenio, Salta -al igual que el país en su conjunto- ha vuelto la mirada sobre sí misma; es decir, se ha despreocupado en gran medida de su imagen exterior en beneficio de la imagen interna y se ha negado a comparar su realidad con otra referencia que no sea su propio pasado.

Entre las múltiples carencias del gobierno provincial se cuentan la ausencia de un análisis objetivo de los indicadores que miden la distancia entre la imagen y la realidad, así como la falta de recursos o de voluntad para identificar aquellos aspectos positivos de la realidad salteña que son insuficientemente conocidos por la opinión pública internacional.

Ambas cosas -la autarquía y las carencias gubernamentales- no impiden sin embargo que exista efectivamente una imagen internacional de Salta, que influye directamente en la vida cotidiana de sus ciudadanos en una medida que no somos capaces de imaginar.

Conjeturas frente a datos objetivos

Lo que es cierto es que esta imagen está modelada no tanto en base a datos objetivos y contrastables, sino a meras impresiones (a veces solo suposiciones o conjeturas) sobre la economía, la política, la cultura, la forma de vida, los procesos sociales, el entorno natural y la inserción (o la influencia) de todos ellos en la región, en el país y en el mundo.

Como he dicho antes, solo a una minoría más bien insignificante le interesa conocer qué aspectos de la imagen exterior de Salta son peores que su realidad y, por tanto, actúan silenciosamente en contra de los salteños (de sus intereses y de su futuro) en la cambiante esfera de la reputación internacional.

Sería un error considerar que la opinión pública internacional sobre Salta (o sobre cualquier otro territorio) es una cuestión de expertos. Al contrario, es un asunto de gente común; es decir, de personas normales y corrientes que se forman un criterio sobre una realidad cualquiera, no en base a estudios científicos y complicados análisis, sino en base a información asequible y comprensible por cualquier ciudadano con una formación media.

La influencia decisiva de los medios

En este sentido, en la imagen exterior de Salta apenas si tienen influencia los datos que elabora la Dirección General de Estadísticas y los pocos estudios científicos que, cada tanto, publican las universidades locales. De la probada ineficacia y creciente inutilidad de la pequeña «elite diplomática» del gobierno provincial no hace falta ni siquiera hablar.

Es mucho más notable y decisiva -para decirlo pronto- la influencia de los medios de comunicación (especialmente las webs de noticias), la de los actos del gobierno, los debates parlamentarios, las sentencias judiciales, los libros que se publican (sin mencionar los que ni siquiera se escriben), los espectáculos que se realizan y las opiniones de organizaciones sociales y ciudadanos comunes vertidas en blogs y redes sociales.

A ello se debe sumar -como ocurre desde hace siglos- la influencia que ejercen en esta materia los relatos de viajeros; es decir, la opinión y las impresiones de aquellos que por una razón u otra no se conforman con la mera imagen y desean conocer la realidad sin que nadie se las cuente.

Sumando todos estos elementos, podemos llegar a la conclusión de que la imagen exterior de Salta es muy pobre, no solo comparada con la de otros espacios similares, sino en relación con su propia realidad.

La calidad de nuestra comunicación

Es realmente preocupante que el principal medio de comunicación de la Provincia -un diario con 65 años de antigüedad y por el que han pasado periodistas de auténtica valía- transmita todos los días al mundo la impresión de que en Salta son más importantes los perros que viven encadenados en el fondo de las casas de sus amos, o los caballos explotados por sus propietarios, que los seres humanos que sufren pobreza u otra clase de injusticias. O que son más importantes las fotos de familias enteras que viajan sobre una motocicleta que los graves problemas medioambientales que afectan a los salteños o las profundas inequidades territoriales.

A los que vivimos fuera del país nos cuesta identificarnos con un estilo de comunicación que desprecia las reglas más elementales de la ortografía y la sintaxis, que apela frecuentemente a neologismos y que no se preocupa por mejorar el lenguaje, aunque más no sea para alcanzar otras audiencias y hacerse entender por el mundo.

Son los medios mal diseñados, peor escritos y sin una línea editorial reconocible y consistente los que -a veces en nombre del negocio, otras en nombre de la política- destruyen hoy la imagen exterior de Salta y nos presentan al mundo como un espacio bárbaro, insensible, inculto, de mal gusto, poco evolucionado y sin futuro.

Los medios no son los únicos culpables

Por supuesto que hay excepciones y muy notables, pero estas no hacen sino confirmar la regla: nuestra comunicación es cada vez más pobre y refleja el impacto retardado de un sistema educativo que en los últimos 25 años no ha dado los frutos esperados.

Pero la comunicación pública no es una isla y muchas veces no es la única culpable. Los comunicadores recogen los ecos de una sociedad y de un sistema político en el que la posesión de una alta formación y de una cultura elevada son mirados con desconfianza y recelo por una mayoría que tiende a asimilar estos atributos con una determinada clase social o con una opción ideológica predefinida.

Parece que a los políticos de Salta les está vedado, por alguna razón, demostrar erudición e inclinaciones intelectuales o estéticas. Visto que la vulgaridad, el mal gusto y la ignorancia son los que traen votos y cimentan las popularidades, no parece sensato recomendarles en este momento que mejoren su formación y sus competencias.

La proyección de la mala imagen atraviesa también a las profesiones: desde el director del hospital que dice que en todos los hospitales del mundo hay gatos vagabundos merodeando los quirófanos, hasta el juez que dicta sus sentencias con la certeza de que los Santos Evangelios tienen un rango jurídico superior al de las sentencias de la Corte Suprema de Justicia, pasando por el urbanista que bajo el pretexto de preservar el estilo neocolonial de la ciudad se ocupa de destruir sus monumentos.

Todas las sociedades del mundo -qué duda cabe- incurren en contradicciones, errores y vaguedades sin que su imagen se vea especialmente torturada. Solo en Salta la mala comunicación, la vulgaridad del lenguaje, el desprecio por el conocimiento y el olvido de las buenas formas hacen de nuestras contradicciones auténticas monstruosidades y acaban por deformar una realidad que -aunque cueste reconocerlo- es mucho mejor de lo que transmiten los medios de comunicación más importantes.