Curas populistas en Salta

  • El clero de Salta ha perdido el norte, como ha quedado demostrado sin posibilidad de prueba en contrario después del solemne triduo de meteduras de pata con el que concluyó la que probablemente sea recordada por mucho tiempo como la fiesta del Milagro más irregular y pedestre de todas cuantas se han celebrado en esta tierra.
  • Un fenómeno del siglo XXI

Los clérigos locales ha perdido su credibilidad y buena parte del prestigio de que gozaban antaño.


Tal vez la razón de este brusco descenso a las profundidades deba buscarse en la escasa consistencia de lo que se podría llamar, con cierta precaución, la «vanguardia intelectual» del cristianismo salteño, que ha cedido a los engañosos encantos de la política lugareña y se ha rendido frente a su constante e insistente convocatoria a la pequeñez humana.

De hace algún tiempo, difícil de precisar, los curas de Salta han dejado de su lado sus «preocupaciones tradicionales», entre las que se encontraba, sin dudas, este asunto de la salvación del alma humana.

Hoy, por razones que habrá que estudiar en profundidad, aquellos sacerdotes que viven y ejercen su oficio pastoral en Salta son más superficiales, más pragmáticos y calculadores, hasta el punto de que están más atento a las señales que emite la política que a los fenómenos que se producen en el seno del espíritu humano.

Es muy probable que en esta curiosa situación influya la preocupante y en cualquier caso nítida división horizontal del clero que sirve a una sociedad cuyas clases altas y medias han dejado de fomentar las vocaciones y de producir religiosos cultos, en beneficio de las clases más bajas, que son más numerosas, más dóciles y hoy, gracias a una especie de confabulación cósmica entre la demografía y la sociología, ocupan la mayoría de los cargos pastorales menores de la Iglesia.

No se puede negar que en una época, desgraciadamente ya superada, había en Salta sacerdotes santos, piadosos misioneros, rezadores milagrosos, doctores en teología, deportistas entusiastas, expertos en doctrina y magníficos consejeros. Aunque en la misma época hayan coincidido con curas hedonistas, pederastas, usureros, mujeriegos y comodones, las notas comunes que servían para definirlos a todos ellos -más que la prudencia y la contención verbal- eran su acendrado fundamentalismo religioso y su profundo conservadurismo político.

Para decirlo en términos más explícitos, los curas izquierdistas -que existieron- siempre fueron arrinconados en Salta y condenados a formar parte de una minoría permanentemente sospechada de no seguir como Dios manda las directrices de Roma.

Es decir, lo que no había en Salta -hasta ahora- eran curas populistas.

Lo cual es bastante razonable, si se tiene en cuenta que, con todo y sus defectos, la grey cristiana salteña siempre ha tendido a identificar a sus pastores con la elite, nunca con el pueblo.

Pero, por lo que se ha podido apreciar últimamente, la etiqueta les ha provocado una cierta picazón debajo de la sotana. Y ello se debe seguramente a que la política más superficial -de la que los sacerdotes están tan atentos y vigilantes- se ha encargado de crear en la sociedad una oposición maniquea entre «el pueblo» (que es visto de forma positiva como una comunidad sana, despierta y generalmente infalible) y «la elite» (concebida al mismo tiempo como una minoría egoísta, deshonesta y desligada de la realidad).

Este sorprendente antielitismo ha hecho, por ejemplo, que un obispo salteño de alta gama se disfrace de minero para peregrinar a pie con mineros auténticos y demostrar así que la verdadera Iglesia son ahora esos mineros con callos en los pies que descienden de las montañas heladas y no las aristócraticas señoras que en la cómoda tibieza de sus salones perfumados de azahar adornan de claveles todos los años la imagen de la Virgen de las Lágrimas.

Hasta el mismo arzobispo ha calificado a los primeros como «un regalo», en desmedro de la estática feligresía tradicional.

El populismo, aunque no se crea, tiene algunas características objetivas que lo distinguen, más allá de la simplificación dicotómica y el predominio de los planteamientos emocionales sobre los racionales. Una de estas características es la falta absoluta de contención verbal, algo que ha hecho que nuestros curas, de transmisores privilegiados de la sanadora Palabra de Dios, se hayan convertido en unos auténticos deslenguados, capaces de convocar sin pudor a las divisiones entre iguales y fomentar el peor odio entre los mismos feligreses.

Este populismo clerical está bastante lejos de los planteamientos de la teología de la liberación y la teología del pueblo. Al contrario, bajo el disfraz de la simpatía con las clases menos favorecidas, los sacerdotes más influyentes de Salta no vacilan en emplear diversos mecanismos de manipulación, no solo para obtener el apoyo popular sino también mantener e incluso incrementar el apoyo económico del Estado, con el único fin de poner en práctica políticas de derechas, que son las que de verdad llevan agua para sus molinos (o en este caso, para sus pilas).

Pero hay que decir también que se trata de un populismo bastante inconsistente y medroso, puesto que después de que los sacerdotes se fueran alegremente de boca y mancillaran a gusto la investidura del Presidente de la Nación en plena celebración religiosa, más de uno echó el freno apostólico y arrugó como frenada de gusano. Pero solo después de que una turba de opinadores descontentos y con ganas de practicar un linchamiento no precisamente verbal dijeran de ellos las barbaridades más grandes que alguna vez se han dirigido a un sacerdote de la iglesia católica de Salta.

Pocas formas menos ingeniosas que perder el respeto de sus congéneres hay que esta. Si el clero quiere recuperar en Salta su ascendiente social (objetivo que se antoja imprescindible), deberá necesariamente despegarse de la política más pedestre primero y reformular íntegramente el lugar que ocupa en la sociedad, después. Deberá despedir o mandar a callar a los curas imprudentes y a los que pretenden impartir lecciones de civismo con autoridad religiosa.

Difícil será -si los hombres no cambian- que se recuperen las virtudes y la santidad de otras épocas. Pero por un par de curas populistas, demagogos y misóginos no hay que dar todo por perdido.