
Hasta hace relativamente poco tiempo, el peregrinaje era un hábito piadoso y pintoresco de los cristianos de pocos recursos que residían en parajes remotos y que se desplazaban a la ciudad de Salta en condiciones de extrema dificultad.
Jamás fue un fenómeno masivo. Por lo menos, hasta que la política vio en los peregrinajes religiosos populares una formidable oportunidad para practicar el populismo y el paternalismo de Estado a escalas mayores.
Ahora no solo peregrinan los pobres de siempre, sino que lo hacen también los miembros de las clases más acomodadas, que no residen en pueblos remotos sino en la tibia comodidad de la ciudad de Salta. Las antiguas caminatas, amenazadas por el rigor de los elementos y la inseguridad de los caminos, ahora son mucho menos mortificantes y su seguridad es custodiada incluso por drones.
La fiesta del Milagro ha sido desfigurada de tal forma, que -como ha dicho recientemente un diputado provincial- importan ya más los movimientos peregrinos que la propia Novena del Señor y de la Virgen del Milagro, y, en última instancia, también más que el significado simbólico y espiritual de las Sagradas Imágenes. El culto a la divinidad ha sido sustituido por el culto al peregrino, al homo viator.
Pero a esta mutación no la han propiciado los peregrinos auténticos, sino los falsos, con el auxilio imprescindible del gobierno y de las autoridades de la Iglesia, igualmente interesadas en practicar el populismo más descarado en grandes dimensiones.
Las marchas, ahora multitudinarias, duran semanas y exigen un despliegue inusual de seguridad en los caminos. Faltan recursos en los hospitales durante el resto del año, pero por haber, en las peregrinaciones hay hasta kinesiólogos para perros. Es decir que el gasto del Estado se multiplica en estas fechas, sin que nadie se anime a denunciar su irracionalidad.
Pero sucede también que las peregrinaciones de diseño convocan a decenas de miles de personas que, al amparo de una ley no escrita, abandonan sus puestos de trabajo y sus obligaciones sin ninguna consecuencia.
El abandono no se produce tanto en el raquítico sector privado de la economía salteña cuanto en la hipertrofiada administración pública, en cuyo ámbito oficinas y servicios enteros se ven súbitamente despoblados y paralizados de hecho porque los agentes e incluso los funcionarios que los dirigen se han marchado sin dejar señas, con un acullico en la boca, a caminar como desaforados por los caminos de montaña.
No solo la economía y la administración sufren un receso forzado: también la cultura de Salta se paraliza, de una forma más bien inexplicable.
Mientras las largas filas se mueven por aquellos senderos, el resto de Salta contiene el aliento. La suerte de los peregrinos y su alimentación es prioritaria respecto de cualquier otro problema o necesidad colectivos. Y no solo la suerte del que más desamparado está, sino también la de aquel que, cada kilómetro y medio, se refresca en su propio vehículo 4x4, con dirección asistida y aire acondicionado.
Estos movimientos han comenzado a despertar recelo y rechazo entre las miles de personas que se quedan en Salta para vivir el Milagro como han hecho toda la vida los cristianos que aquí residen: trabajando todos los días y acudiendo solo unos minutos por jornada a rezar la Novena a la Catedral.
El peregrinaje fashion representa la quintaesencia de la desigualdad social, convenientemente disimulada detrás de una máscara «democrática» que pretende que creamos que los falsos peregrinos que caminan y coquean a la par de los auténticos son estrictamente iguales a los demás, cuando no lo son en absoluto.