
Probablemente, lo que no sabe el obispo es que, de adoptarse una medida como la que reclama, el gobierno debería decretar inmediatamente la prohibición de cualquier actividad física que consuma de forma notable energías y proteínas (y demande, en consecuencia, una cantidad suplementaria de alimentos), como la marcha de peregrinos a la que el propio Bernacki se ha sumado en la localidad andina de Mina Patito.
Dicho en otras palabras, que los choripanes que serán necesarios para que el obispo pueda mantenerse en pie los días que dura su peregrinación, se podrían haber ahorrado y ser destinados a personas que pasan hambre y que por falta de proteínas no pueden darse el lujo de peregrinar por la puna.
Por otro lado, las presiones sobre el gobierno para que declare la anhelada «emergencia alimentaria» parten de la base de que los funcionarios tienen a mano los recursos suficientes para que la población no pase hambre. Y si esto es verdad, ¿cómo es que no alimentan a todo el mundo ahora mismo, sin esperar a que un decreto mágico les dé la voz de aura? ¿Es que el gobierno se comporta como los malos empresarios y tiene la comida guardada en un búnker secreto?
El obispo en cuestión, lo mismo que cualquier ciudadano, antes de exigir nada al gobierno, debería pensar si la llamada «emergencia económica» que el gobierno de Salta lleva prorrogando desde el siglo pasado ha contribuido en algo a mejorar nuestro bienestar, o si la «emergencia social en materia de violencia de género» ha conseguido evitar que las mujeres de Salta sean aplastadas como moscas.
Antes que reclamar la institucionalización de la «emergencia alimentaria» y de llorar por el hambre, habría que preguntarse si la Iglesia salteña, como lo hacen sus homólogas en otros países a través de Caritas y organizaciones parecidas, hace algo positivo por mitigar el hambre de nuestros comprovincianos, porque estaría bueno que el obispo Bernacki pidiera celeridad al gobierno, mientras él y otros sacerdotes «comen como curas» gracias a las aportaciones económicas del Estado.
También queda por ver cómo reaccionaría monseñor Bernacki si la declaración de «emergencia alimentaria» del gobierno comportara un automático desvío de todas las ayudas económicas que recibe la Iglesia y que estas fueran destinadas a la alimentación de las personas necesitadas. Si fuese así, más de medio Salta aplaudiría la medida, pero no es seguro que tal decisión sea bien vista por los sacerdotes.
Las peregrinaciones fake de personas que viven rodeadas de comodidades en la ciudad de Salta y que, por mala conciencia o por afán deportivo, resuelven irse a parajes remotos para emprender caminatas hacia el santuario del Milagro se han vuelto un espectáculo habitual en estas fechas. Lo que nunca ha sido habitual en Salta es que a estas marchas pedestres se unan los sacerdotes de alto rango dentro de la curia local.
Pero si esto sucede -ya que no está prohibido- lo lógico es que el cura peregrino, antes de salir, revise sus cuentas y calcule con precisión cuánto le costará el desplazamiento, y así lo pague de su bolsillo (lo cual sería más que lógico), la caridad cristiana indica que si ese gasto se puede evitar para dedicar el dinero a mejores causas, el sacerdote debe obrar en esta última dirección. Sobre todo, cuando ese mismo sacerdote implora por una «emergencia alimentaria» que él mismo podría contribuir a mitigar con solo destinar a los pobres todo el alimento que gastaría en una inútil caminata desde Mina Patito.