Salteñito que vienes al mundo te guarde Dios

  • Salta está partida en dos y hay más motivos para celebrarlo que para lamentarlo.
  • Antonio Machado vive
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En cierta época, no demasiado lejana, hubo en Salta un opa de gran porte (como se dice ahora de los camiones y de los árboles frondosos) que dedicó sus mejores años a ponerle apodos graciosos a la gente desde una silla de café. Un buen día, cansado de tanto ingenio y creatividad, un amigo suyo y contertulio del mismo café, que veía cómo personas inocentes y respetables caían injustamente en desgracia a causa del arbitrario reparto de etiquetas, decidió ponerle a su ingenioso amigo un apodo, pues no lo tenía. Desde aquel momento el personaje fue conocido por la mitad de Salta como «vago robusto».


La anécdota sirve para rastrear los orígenes de «las dos Saltas» que hoy amanecen enfrentadas: la de los opas (los que solo usan la cabeza para embestir o para poner apodos) y la de los que, un poco menos opas, utilizan su testa para pensar, analizar y ponderar.

Probablemente lo que mejor retrata el vacío de la Salta de hoy es la oquedad de la cabeza de algunos; o quizá también la cualidad de su relleno. Lo que me hace recordar una vieja escena de «Los Chifladitos» (Lucas Tañeda y Chaparrón Bonaparte) en la que Lucas compra en la farmacia un laxante para curar la cefalea de alguien, porque «a saber qué tiene dentro de la cabeza el dolorido».

En fin, que los debates que recientemente han atravesado a la sociedad salteña permiten ver con más claridad ahora la fractura que viene dividiendo desde hace décadas a nuestros comprovincianos en dos grandes grupos irreconciliables y que permanecía más o menos oculta gracias a las buenas artes de aquel opa que iba de mesa en mesa poniendo apodos a la gente.

Es decir, que el pegamento que mantuvo unidas a las partes divididas era lo que llamamos «la cultura salteña», algo que se ha descubierto -recién ahora- que no es tan unitaria ni monolítica ni valiosa como algunos suponían.

En su famoso poema «El mañana efímero», publicado hace más de un siglo, Antonio Machado trazó una pintura magistral de «las dos españas», que perfectamente podría ser aplicable a la Salta de hoy.

Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza, aún tendrá luengo parto de varones amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras; florecerán las barbas apostólicas, y otras calvas en otras calaveras brillarán, venerables y católicas.

La Salta zaragatera y triste está representada, como hemos podido ver estos días, en la Cámara de Diputados y en la Cámara de Senadores de la Legislatura provincial, en donde, como se sabe, han erguido la testa «varones amantes de sagradas tradiciones», preocupados porque un decreto asegure para nosotros y para nuestra posteridad el florecimiento de las barbas apostólicas, pero a costa de la libertad de conciencia de los ciudadanos y con sacrificio de las arcas del Estado y la educación de los niños.

Quieren que el alboroto festivo sea para todos, sin distinción, de clase, de ideología, pero también cualquiera sea la preferencia personal de cada quien. En su derecho están de ver la vida de esta forma. Lo que no pueden hacer, porque no les está permitido, es entender del mismo modo a la política; es decir, adoptar desde sus escaños legislativos actitudes propias de la devoción, renunciando al discernimiento, a la práctica de la mediación y al compromiso.

Por supuesto que en Salta no solo embisten los diputados y senadores, porque ellos, al fin y al cabo, solo son portavoces de la cerrazón, del espíritu de sacristía y de las tristes zaragaterías de una parte importante de la población: la que todavía piensa que la «cultura» es una sola y debe seguir siendo una.

Pero así como Machado nos advirtió que el vano ayer de la España vacía engendraría un mañana también vacío, pero afortunadamente efímero y pasajero, en Salta hay señales de que algo nuevo está naciendo, o algo quizá no tan nuevo, pero que ha encontrado nuevos canales de expresión y nuevas formas de vincularse con la realidad.

Sé que todavía es pronto para atisbar a una Salta «redentora», a esa Salta implacable de «la rabia y de la idea», pero allí están esparcidas sus semillas y todo el mundo sabe que han caído en surcos fértiles.

Saludemos, pues, a los opas de ayer y demos la bienvenida a los menos opas del mañana, aquellos de cuya mano vendrá la Salta que se anima a ponerse un apodo a sí misma y de cuyas porcelanas pinchadas saldrán los salteñitos del mañana, los que irán a la Catedral cuando les dé la gana, los que tumbarán al poder arbitrario y los que ya no tendrán necesidad de atarse al cuello o a la muñeca pañuelos de ningún color, ni vestirán ponchos obligatorios.

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