
La intervención de Lucrecia Martel en el debate sobre el aborto en la Argentina tiene un valor que va un poco más allá de su determinación y valentía: sirve para mostrar -aunque sea de soslayo- que Salta no es esa roca social a la que se encuentran adheridas como moluscos las peores tendencias conservadoras que existen en el país.
Se coincida o no con la postura de la cineasta, favorable a la sanción de la ley, lo que no se puede negar es que su voz se ha sentido con nitidez y con fuerza en medio de un concierto coral de guardamontes y sotanas que representan una caricatura infeliz de la Salta del siglo XXI.
Lucrecia Martel ha sido invitada al Senado de la Nación a defender su postura. El autor de la invitación es el senador Juan Carlos Romero, portavoz y brazo ejecutor del neoconservadurismo de Salta. Su decisión ha sorprendido a sus seguidores pero en una gran mayoría de casos ha sido recibida como un gesto aperturista por parte de uno de los representantes de la Salta más rancia y atrasada.
Quizá lo mejor de Martel -aparte de sus películas- es la denuncia de que en Salta se silencian los dramas cotidianos por miedo a sufrir estigmatización social. ¿Hacía falta que viniera una artista a decir lo que todo el mundo sabe pero no se anima a reconocer?
Para que el comprometido esfuerzo de Martel no caiga en saco roto y que Salta no vuelva a ser portada de los diarios del mundo como una sociedad pobre, mal gobernada y atada a esquemas mentales propios de otros siglos, es necesario recoger el testigo de la cineasta y revisar todos aquellos factores que nos predisponen a mirar para otro lado, a callar y escondernos cuando los problemas arrecian.
No por sincerarnos vamos a dejar de ser religiosos o tradicionalistas. Podemos ser las dos cosas y no por ello estamos obligados a ser cínicos, ocultadores o mentirosos. Sea lo que sea lo que diga Martel en el Senado, así nos sintamos identificados con ella o no, aprovechemos esta ocasión única que supone que una persona especial acude al Congreso Nacional, no para hacernos quedar como trogloditas, represores de la diversidad y enemigos de la libertad de las mujeres, para construir los cimientos de una sociedad capaz de enfrentar sus problemas, sin ocultarlos.