Urtubey apuesta por los gauchos de Güemes para compensar un Milagro sin escuelas

  • Los niños de Salta constituyen, como es sabido, la inmensa mayoría de la población. Son el terreno más fértil para los experimentos de dominación ideológica y el recurso más barato para asegurar la provisión de carne fresca en los periódicos baños de masas del poder.
  • Vida, pasión y muerte de Güemes
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El poder despótico necesita de las grandes multitudes populares, como la sangre precisa de oxígeno para que los tejidos que irriga no mueran. Pero nunca las ha necesitado tanto como ahora.


La manipulación de la cultura o de la religiosidad popular le han venido proporcionando al gobierno de Salta, hasta aquí, los elementos necesarios para perpetuar el poder y la dominación sumisa de los gobernados.

No vale ganar las elecciones cada cuatro años sin darse baños de masas cada cierto tiempo, renunciando a la vez al empleo de todos los medios técnicos disponibles para evitar que en la sociedad surja y se afiance el pensamiento independiente.

Se trata de una receta bastante antigua, pero que en Salta ha dado extraordinarios resultados en el pasado más reciente, si tenemos en cuenta la casi completa extirpación del espíritu crítico, y la virtual unanimidad de los salteños en torno a los elementos presuntamente fundantes de su identidad colectiva.

Toda esta maquinaria funcionaba a la perfección hasta que una inoportuna sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, dictada el pasado diciembre por «jueces sin espiritualidad», ha puesto fin -al menos en teoría- a los excesos de manipulación de las conciencias infantiles por parte del poder.

Los niños de Salta, que constituyen, como es sabido, la inmensa mayoría de la población, son el terreno más fértil para los experimentos de dominación ideológica a largo plazo y el recurso más barato para asegurar la provisión de carne fresca en los periódicos baños de masas que aseguran la vitalidad del poder.

Pero la Corte castradora ha decidido que la infancia salteña debe disfrutar de su libertad religiosa en condiciones de igualdad con los demás ciudadanos de ese país único que conformamos, y es por esta razón por la cual ahora el poder despótico lugareño se ve en serias dificultades para «ganar la calle», como lo venía haciendo hasta aquí, y alardear de admiración y aprobación popular.

Ante un imprevisto de esta naturaleza, el gobierno de Juan Manuel Urtubey ha hecho un cálculo elemental: si la fiesta religiosa del Milagro -aquella en la que los políticos se pavonean frente a la masa adormecida- no llega a ser tan multitudinaria como en años anteriores, o, al menos, no consigue dar a los gobernantes la posibilidad de manipular a su gusto las conciencias de los más pequeños, es necesario hacer un time-shift e intentar que lo que la Corte de Justicia ha recortado en materia religiosa el gobierno provincial lo recupere en el terreno de la siempre muy rentable liturgia patriótica.

Una liturgia de la que por cierto ya han desaparecido en Salta el 25 de Mayo (que pasó sin pena ni gloria), San Martín (a quien los más benévolos señalan como un agente de la corona británica) y bastante de Belgrano, al que solo se le recuerda porque combatió en Salta y no por su importante aportación intelectual al movimiento revolucionario de 1810.

Por esa razón, este año los fastos de Güemes han sido mucho más opresivos y cuasirreligiosos que en años anteriores. Han sido solo una prueba de ensayo para comprobar si hay gauchos en número suficiente para garantizar el carácter multitudinario del próximo baño de multitudes que tendrá lugar en septiembre.

Cerrada por el momento la posibilidad de que los niños se echen a la calle con sus guardapolvos blancos para adorar orgánicamente al Cristo crucificado (seguramente muchos lo harán vestidos de civil, de la mano de sus progenitores), la idea es que, ahora más que nunca, los niños y los no tan niños asistan masivamente a los actos organizados por el poder para adorar a ese otro Cristo, que es Güemes. Pues todo el mundo sabe en Salta -el que no lo sabe es porque vive dentro de un frasco- que el general de la profusa barba no murió en una acción de guerra al uso (como suelen morir los militares valientes) sino que «dio la vida por nosotros», en un supremo gesto de heroísmo y entrega que no tiene parangón en la historia universal, excepto quizá en la infame crucifixión del Gólgota.

El caso es que, como el Milagro viene un poco complicado por las razones que son de todos conocidas, el gobierno de Urtubey ha decidido celebrar un 'Milagro' anticipado con la fiesta de Güemes, en la que ha volcado ingentes recursos de propaganda y dinero público en apreciables cantidades.

La demostración la hemos tenido hoy, con uno de los desfiles más grandes y espectaculares que se recuerden desde aquellos que se organizaban en Nuremberg en la década de los años treinta del siglo pasado. Una explosión del realismo heroico y el realismo romántico, mezclados con el arte de la propaganda y el estilo monumental, han convertido por algunas horas a Salta en la capital nacional del irracionalismo, la simplificación, el populismo y la manipulación.

Tal vez si la Corte Suprema de Justicia no ilegalizaba la enseñanza religiosa estructural en Salta y quitaba uno de los puntales que sostiene el aparato de dominación de las conciencias en Salta, hoy no sería necesario deformar la imagen de Güemes hasta el ridículo y utilizar su figura como reclamo para satisfacer las urgencias vitales de un poder cuya hegemonía parece estar más amenazada que nunca.

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