
Socios del gobierno de Urtubey (pero no de boquilla, sino con papeles firmados y todo), miembros de la benemérita corporación gaucha de la ciudad de Salta han enseñado sus verdosos dientes al salir como desaforados a borrar unos pañuelos blancos pintados en el suelo de la plaza Belgrano, cerca de la placa que recuerda el lugar en el que el General Güemes fue herido de muerte en 1821.
No está muy claro del todo si esos pañuelos simbolizaban allí exactamente lo que sus defensores dicen que simbolizaban. Pero aunque todo indica que fueron pintados en ese mismo lugar no con otra intención que la de hacerle cosquillas al fascismo criollo, no parece muy presentable que digamos que la tarea de borrarlos hubiese sido asumida por unos seudogauchos, a los que supone generalmente un poco más valientes y osados, así como hábiles con otros instrumentos bastante más respetables que el aguarrás y la estopa.
Tanto ha molestado la despintada de los pañuelos, que un importante diario de la ciudad ha calificado jurídicamente esta acción como un «crimen de lesa humanidad».
Mientras los jueces federales estudian si de verdad aplicarán la doctrina de la imprescriptibilidad a los crímenes cometidos con disolvente, el asunto ha desbordado la esfera gauchesca. Tanto, que una conocida cineasta nacida en estas creativas tierras, ha dirigido una conmovedora carta a los principales valedores políticos y espirituales de los ofendidos gauchos: el gobernador Urtubey y el arzobispo Cargnello.
Salvo por el hecho de que Urtubey se disfraza a veces de gaucho y que de esta guisa aparece levitando por la nave central de la Catedral salteña, habría dado casi lo mismo que la cineasta dirigiera su carta a Harvey Weinstein o a Woody Allen.
Aunque la preocupada esteta salteña ha pedido al Gobernador y al Arzobispo que «se pronuncien» sobre la cuestión, ninguno de los dos lo ha hecho hasta el momento, aunque por cortesía con la ilustre y multipremiada dama es posible que lo hagan en las próximas horas.
Lo que sí se ha sabido es que una partida de gauchos «con el poncho bien puesto» cabalga en estos momentos en secreto hacia Buenos Aires, y más concretamente hacia el barrio de Núñez, en donde tienen previsto -si el tiempo no lo impide- pintar iconos del gauchito oteador, en color rojo furioso, sobre la misma vereda de la ESMA, con la intención de vengar la afrenta.
El presidente de los gauchos -señalado por los sectores propañuelos blancos- ha desempolvado un viejo ejemplar de sus estatutos fundacionales y subrayado esa parte tan solemne que dice que la agrupación tradicionalista está tan lejos de uno como de otro de los imperialismos dominantes, y que, por tanto, no comulga con esta agresiva campaña de pañuelos blancos pintados sobre el suelo. No ha faltado, por supuesto, quien le recuerde al olvidadizo presidente gaucho la estrecha alianza que sus uniformados han sellado con el señor Urtubey, y la inclinación gaucha hacia el reaccionarismo, que ya es tan tradicional como su afición al tetra-brik.
Por su parte, algunos se preguntan si los gauchos de Güemes (los oficiales o los truchos) disponen de alguna autorización oficial para hacer las veces de patronos tutelares de los lugares históricos o si ejercen de conserjes en ellos de puro buenos que son. Especialistas en la materia han intentado contactar infructuosamente con ese sabio de los valles subandinos que es el profesor Cáseres, a quien intentaban preguntar si Hebe de Bonafini, que en algunas de sus apariciones públicas gasta un hermoso poncho salteño, tiene derecho a utilizar el símbolo más prístino de la salteñidad.
En medio de tanta incertidumbre, lo que parece cierto es que una conocida pinturería de la calle Rioja ha hecho su agosto en pleno marzo, primero, con la venta masiva de aerosoles de esmalte blanco y luego con la venta de miles de galones de aguarrás. Dios y el diablo hermanados por la misma marca y por el mismo apellido, en una misma película, dirigida por Lucrecia Martel y protagonizada por Juan Manuel Weinstein y Mario Antonio Allen.