
Según la última información oficial relacionada con las charlas que el Poder Judicial de Salta imparte en las escuelas de Salta, uno de los temas centrales de estas charlas es «la violencia en el noviazgo» (sic).
La inclusión de este tema, es cuanto menos sorprendente, ya que hablamos de charlas dirigidas por profesionales de la psicología -en su mayoría mujeres- a adolescentes de menos de 18 años de edad, en las que se transmite la idea de que es «normal» o «inevitable» el noviazgo a edades tan tempranas. Los primeros pueden equivocarse en la calificación de su relación y en su enfoque, pero difícilmente lo deban hacer los segundos.
Tranquilamente las charlas podrían haber tenido como objeto «la prevención de la violencia en las relaciones entre adolescentes», un título que, si bien es un poco más largo, tiene la ventaja de englobar las relaciones de afectos entre personas jóvenes y otras interpersonales cuya degeneración deriva en conductas perniciosas, como el «bullying» o acoso escolar. Hablar de «noviazgo» y hacerlo con tanta naturalidad parece ser parte del problema, no de la solución.
A primera vista, parecería que estuviéramos ante un problema suscitado por el mero uso de las palabras, pero al poner en conexión la violencia en la pareja con las relaciones sentimentales entre personas que no han alcanzado la madurez necesaria para entablarlas la cuestión deja de ser solo terminológica.
Frente a fenómenos sociales de raíces tan complejas como este, es deber de los poderes públicos -incluido, lógicamente, el Poder Judicial- trabajar sobre las causas y no solamente sobre los efectos. Preocuparse por la violencia sin manifestar una preocupación similar por las relaciones prematuras que la propician es de una irresponsabilidad supina.
Si, como sugieren la mayoría de los estudios especializados, la violencia en las relaciones entre adolescentes se producen a edades cada vez más tempranas y con manifestaciones que son propias del mundo adulto, parece muy poco conveniente transmitir a los jóvenes el mensaje de que las instituciones ven con buenos ojos que se instaure en el mundo juvenil categorías psicosociales rígidas, propias del mundo adulto, como lo son la de los noviazgos.
El Diccionario de la Lengua contribuye mucho a enfocar un tema tan delicado como este.
Las tres primeras definiciones de la palabra «novio -a» son, por el siguiente orden:
1) Persona que mantiene relaciones amorosas con otra con fines matrimoniales.
2) Persona que va a casarse o acaba de casarse.
3) Persona que mantiene una relación amorosa con otra.
La relación que suelen entablar los adolescentes en edad escolar puede encajar en la tercera definición, mas no en ninguna de las dos primeras, puesto que en una enorme mayoría de casos, cuando chicos y chicas de 16 años entablan una relación de afecto, ninguna piensa en el matrimonio.
Sin embargo, lo que debería estar en discusión aquí -en Salta y en cualquier otro sitio- es si personas que acaban de asomar a la vida, están apenas explorando sus sentimientos y sintiendo despertar su sexualidad pueden mantener, seriamente, una «relación amorosa» en sentido estricto.
Si bien el amor no es un sentimiento privativo de los adultos, es sumamente discutible que las simpatías o incluso el cariño entre dos personas de corta edad pueda ser considerado «amor». Si es ya complicado aceptar que los interesados califiquen como «amorosa» una relación incipiente e inestable de estas características, resulta del todo inaceptable que quienes empleen implícitamente este concepto a través de la palabra «noviazgo» sean las psicólogas del Poder Judicial.
Si a los poderes públicos les interesa llegar a los y las adolescentes de las escuelas con su mensaje, antes de lanzar alertas tempranas contra la violencia en el «noviazgo», lo que deberían hacer es ilustrar a los destinatarios de sus charlas sobre el valor de la libertad individual y sobre la posibilidad de elegir entre la sujeción que para los integrantes de la pareja normalmente acarrea una «relación amorosa» y la plena autonomía personal.
Es decir, que los dardos se deberían dirigir no tanto solo contra la violencia sino especialmente contra la idea de que el «noviazgo» es posible y hasta deseable para personas que no cuentan con la madurez suficiente.
Cualquier «relación amorosa», incluso las más laxas, vincula a los partícipes a través de un conjunto de derechos y obligaciones, que, en la gran mayoría de casos los adolescentes no están dispuestos a asumir ni conviene que asuman formalmente.
En la transgresión supuesta y muchas veces fantaseada de aquellos derechos y obligaciones se encuentra el germen de cualquier violencia, así que si queremos erradicar esta última de las relaciones que entablan nuestros adolescentes, comencemos por convencerlos de que la idea de «noviazgo» es totalmente inapropiada para su edad, cualquiera sea el nivel de madurez que ellos crean que poseen.