
La imagen de la ministra Edith Cruz que circuló estos días por las redes sociales muestra en segundo plano a una mujer, aparentemente residente en el lugar inundado, sacando fotos de la angustiosa escena de rescate con un moderno teléfono celular.
En un sitio alejado de los grandes centros urbanos y a donde en verano solo se puede llegar en helicóptero, falta de todo, pero no teléfonos de última generación ni redes para utilizarlos.
Es alentador, por supuesto, saber que los pobladores de estos parajes tan inaccesibles disponen de tecnología para comunicarse con sus semejantes. Pero ya no lo es tanto comprobar que ello se debe a la iniciativa de las empresas privadas de telecomunicaciones y que el gobierno mantiene a estas poblaciones sin agua potable, a veces sin luz, y con unos servicios sanitarios y de educación clamorosamente deficientes.
Muchas veces el gobierno se escuda en la lejanía de estos lugares, en su complicada topografía o en factores culturales (como la raza de sus habitantes), pero al parecer ninguno de estos factores disuade a las compañías de teléfonos que llegan con su servicio a estos lugares y -se supone- que cobran por ellos.
¿Cómo es posible entonces que estas personas carezcan de agua potable?
No nos engañemos: Cuando el gobierno se llena la boca hablando de que ha «mejorado la calidad del agua potable» en algún lugar, lo que está diciendo es que antes de la «mejora» las personas se abastecían de agua no potable. El agua no es más o menos potable, lo mismo que una persona no puede estar más o menos muerta.
Lo que nos tenemos que preguntar es por qué motivo las redes de telefonía móvil -aparentemente- han podido ser desplegadas sin mayores problemas en territorios tan inhóspitos, mientras que las redes de agua no llegan a donde deberían llegar. Mientras a las operadoras de telecomunicaciones les ha llevado no más de quince años llegar con sus antenas a estos lugares, el gobierno salteño lleva más de dos siglos intentando instalar, no ya el progreso tecnológico, sino simplemente un chorro de agua sana.
Este desfase no está diciendo que las empresas privadas sean más eficientes que el Estado, sino que el gobierno trata a ciertos pobladores como «manadas», a las que condena a una vida natural, sin los beneficios de la civilización, sin disfrute de derechos y sin posibilidades de progreso personal o social.
El gobernador Urtubey y sus funcionarios los llaman «comunidades» (como si fuesen sociedades autosuficientes, que viven al margen del resto), los etiquetan arbitrariamente como «aborígenes» o «criollos», vaya uno a saber en función de qué criterio biológico, o los llaman «nuestros hermanos», con ese descaro paternalista tan propio de los patrones de otros siglos. Más o menos como hacían los nazis con los judíos, los gitanos y los homosexuales. El gobierno alardea de reconocer su preexistencia cultural y de mantener intocada su esencia como pueblos, pero al negarles el agua, la electricidad o las carreteras, lo que hace es asignarlos de por vida a un territorio.
Si el Pilcomayo se desborda y se lleva por delante todo lo que encuentra a su paso no es porque las aguas sean conducidas por la mano del mismo demonio, sino porque el gobierno permite y aplaude los desmontes de enormes extensiones de bosque y monte nativos. Además de confinarlos en un rincón y de negarles los servicios más elementales se los está exterminando silenciosamente con la agresión controlada al medio ambiente natural.
Llamarlos «nuestros hermanos que sufren» es una forma muy cínica de ocultar la realidad. Porque los auténticos hermanos del que se dice «hermano» de los inundados viven fabulosamente en sus barrios de lujo, no padecen inundaciones, surfean las corrientes embravecidas a la grupa de sus indomables 4x4 y tienen celulares ultramodernos cuya factura mensual no pagan ellos sino el Estado.
Gobernador Urtubey: No basta con sobrevolar las zonas inundadas. Su deber es sacar a las personas que allí viven de la miseria y del atraso, dándoles lo que necesitan para poder llevar una vida digna. Pero una vida del siglo XXI, no una del siglo XVI, como usted pretende darles.
