
En los tiempos que corren, la educación de los niños en el buen hábito de la expresión verbal no depende solo de sus maestros formales. Influyen de forma decisiva los medios de comunicación y el lenguaje que utilizan los personajes públicos.
Por esta razón -entre muchas otras- es que se espera tanto de los medios como de los famosos que se comporten educadamente y utilicen en todo momento las palabras correctas.
La corrección de la expresión verbal no está directamente relacionada con la solemnidad ni con la pacatería. Hablar bien no excluye la posibilidad de recurrir al ingenio o, incluso, a la picardía para comunicar con precisión.
Los salteños organizan un escándalo cuando una maestra propone a sus alumnos un ejercicio con las palabras «caca», «culo», «pedo» o «pis», pero nadie dice nada cuando es el Gobernador de la Provincia el que utiliza en su comunicación institucional palabras malsonantes.
El daño que puede hacer una maestra despistada que imprime para sus alumnos un ejercicio que acaba de bajar de Internet, sin apenas fijarse en su contenido, no es nada comparado al daño que puede provocar en la educación de los más pequeños las groserías que salen por la boca del Gobernador.
La Ministra de Educación reacciona a la velocidad del rayo y lanza una inspección fulminante a una escuela de Orán por dos palabras inocentes, pero la misma funcionaria se encoge de hombros y mira para otro lado cuando quien utiliza las mismas palabras es el malhablado Gobernador de la Provincia.
La misma ministra que en la audiencia celebrada ante la Corte Suprema de Justicia le dijo a la jueza Highton de Nolasco que su gobierno hacía lo posible para evitar las prácticas religiosas extracurriculares (pero que le resultaba «imposible» controlar a todas las maestras), da la casualidad que ahora, por un par de palabras utilizadas sin malicia por una docente, dispara un operativo de represión lingüística sin precedentes.
Si vamos a escandalizarnos por la educación de los niños, antes de empezar a atacar a sus maestros, fijémonos un momento en el lenguaje de los medios de comunicación y en las palabras que utilizan los políticos. Y pensemos si esa parte más visible del mundo adulto le hace un favor a la formación de los salteños más pequeños cuando desprecian las reglas del idioma y desafían el buen gusto, la buena educación y las convenciones sociales.
Y que piense la señora Ministra de Educación si tiene autoridad moral para censurar a una maestra despistada después de haber aplaudido las groserías del Gobernador de la Provincia como si fuesen una hazaña.