El sueño de monopolizar la inteligencia en Salta

  • El gobierno pretende arrebatar a los ciudadanos las dos herramientas más fundamentales para la vida democrática: la palabra y el pensamiento.
  • Como el amor

Los delirios totalitarios de los dos últimos gobernadores de Salta se han inclinado de una manera muy visible hacia el control absoluto del poder político y del poder económico, aspiración esta que los dos han podido concretar en gran medida; el uno con la ayuda del otro, y viceversa.


Cada uno de ellos, a su manera, ha pretendido controlar también la cultura y la creación libre, así como el mundo del conocimiento, en el que han hundido sus garras de una forma tan poco disimulada como dañina.

Desde el arte, los movimientos de opinión, las corporaciones profesionales, las organizaciones civiles, las iglesias, hasta los grupos de amigos y de amigas, prácticamente nada ha quedado fuera del plan de contaminación controlada que han orquestado los poderosos de Salta para reforzar su poder y hacerlo perpetuo e invulnerable.

El dominio (total o parcial) de todas estas actividades ha servido, sin dudas, para saciar sus apetitos de poder y sus deseos de gloria personal, pero también para aumentar sus patrimonios (tan inflados hoy como sus egos) y para fundar pequeñas dinastías, integradas felizmente por herederos débiles, de mente dispersa e imagen ligera.

Cada uno de ellos, a su manera, se ha dado cuenta también de que el ejercicio libre de la inteligencia constituye un peligro mayor para sus planes. Es por esta razón que, en momentos históricos diferentes y con herramientas distintas, ambos dos se han dado a la tarea de intentar monopolizar la inteligencia y el saber: el uno alquilando cerebros (o presuntos cerebros, para mejor decir) y el otro haciéndose la película de que el cerebro (el único que vale) lo posee él.

Pero la inteligencia -como el amor- es una energía irregular y volátil que se aviene muy mal con dejarse controlar por la política y que se niega tenazmente a servir como instrumento para la ambición de unos políticos manipuladores y mentirosos.

Debe de ser durísimo, para aquellos que se ven rodeados de casi todo el poder que la sociedad es capaz de generar, sentirse al mismo tiempo incapaces de controlar totalmente la inteligencia de sus gobernados, incapaces de decirles en qué y cómo deben pensar. En este terreno, el fracaso del poder absoluto ha sido y es más absoluto que el poder mismo.

A pesar de que la realidad cotidiana nos empuja a pensar lo contrario, en Salta la inteligencia es fértil y abundante, y está, por suerte, tan desigualmente repartida, que nuestras mejores mentes no están agrupadas ni en clases ni en partidos ni en barrios ni en escuelas selectas ni en grupos homogéneos. La inteligencia -como el amor- brota en los lugares más insospechados y bendice a las personas menos esperadas. Y allí donde hay una persona inteligente, hay ideas que se ponen en movimiento.

Son justamente estas ideas en movimiento (un movimiento dificilísimo de impedir o detener) las que ponen en riesgo, siempre, la compacta oquedad del gobierno, el vibrante vacío del narcisismo, el delirio febril del monopolio de todo lo que se mueve. Un peligro mayúsculo, sin dudas.

En Salta, felizmente hay vida inteligente fuera del gobierno y el gobierno lo sabe. Y porque conoce perfectamente el peligro que representa la inteligencia libre y la circulación de las ideas (de las buenas y de las malas) es que se ha propuesto construir la apariencia de una inteligencia oficial, capaz de abarcarlo todo y de corromperlo todo también.

Pero el empeño es tan absurdo y está por ello tan condenado al fracaso como el decreto que pretendiera ordenar a las personas a quién deben amar con todas sus fuerzas o dejar de amar. La inteligencia -como el amor- es una energía del alma, que anida allí donde la política y los políticos ambiciosos no pueden llegar, por más que se lo propongan.

Frente al sueño totalitario de monopolizar la inteligencia y de creer que hay una sola que vale para todo y en todas las circunstancias, animo a mis comprovincianos a utilizar sus capacidades con la mayor responsabilidad y con la máxima astucia de que sean capaces. Me gustaría que muchos, muchísimos, se sumaran a la hermosa empresa de movilizar las ideas y las energías del cambio, mediante la palabra y el pensamiento. El cambio político y social no necesita ni líderes ni «militantes»: solo se requiere gente que piense y que se anime a expresar sus pensamientos.

Salta necesita en estos momentos tan críticos de su historia toda la inteligencia disponible, pero la necesita para que las personas inteligentes cooperen democráticamente en un proyecto común; no para que se cierren en pequeños círculos, en sectas semisecretas o en grupos de activistas conspiradores. La inteligencia -que también significa humildad y modestia- permite reconocer, con generosidad y sin complejos, a los que la poseen en mayor cantidad y calidad. La inteligencia sin un compromiso moral no es inteligencia. Negar a las personas inteligentes o arrinconarlas por el solo hecho de serlo es algo que solo puede hacer el gobierno, replegado en su autocontemplación y acostumbrado a derrochar los recursos escasos.

No dejemos que el gobierno y que los poderosos de siempre (aquellos que alquilan cerebros y aquellos que se creen que los poseen), nos arrebaten estas dos herramientas fundamentales para la vida democrática que son la palabra y el pensamiento.

Si pensamos en libertad y no nos dejamos engañar por la tupida red de desinformación y seducción desplegada por los que controlan el poder, podremos tener la esperanza de hacer resplandecer mañana la luz de la verdad, prescindiendo de un gobierno de iluminados y abriendo el camino para una convivencia basada en la cooperación de todos, bajo la dirección de aquellos que realmente tienen la capacidad de pensar y de poner las ideas en movimiento.

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