
Un devenir tan parsimonioso que solo se rompe cuando por los parlantes de Defensa Civil se anuncia la llegada de los peregrinos del Milagro, desde los valles profundos.
Entonces, todo se revuelve; todo se transforma y se moviliza. Salta y los salteños entran en una profunda crisis mística y enloquecen: "¡Que no les falte agua!" "¡Curitas para esos callos!" "¡Comida y abrigo para el fatigado caminante!" "¡Bollos sin gluten para los peregrinos celiacos!"
Los peregrinos -demográficamente hablando- no son más del 3% del total de los fieles que todos los años acuden a adorar a las Sagradas Imágenes del Señor y de la Virgen del Milagro, pero a sus cansados pies el Estado extiende las alfombras y rinde los honores que ningún otro salteño, feligrés o no, recibe por ningún motivo en ninguna época del año.
Puede faltar agua en los barrios para las necesidades más elementales, no haber gas para calentar los hogares, faltar alcohol en los hospitales, pero a los peregrinos, por favor, que no les falte nada: que se les tome la tensión, se les mida la glucemia, el diámetro de la cintura, la circunferencia del cráneo, que se les practique ambientales, que se les brinde contención psicológica, asesoramiento jurídico gratuito; que se les proporcione baños químicos para sus necesidades y una cucha limpia y caliente para sus perritos.
Poco falta para que el gobierno -presto a congraciarse con todo el que se lo pida- emita un decreto de necesidad y urgencia declarando la «emergencia peregrina» y que, con la venia de la Legislatura, les entregue por decreto posesiones veinteañales con solo 15 días de ocupación.
Poco falta también para que la autoridad competente clausure el espacio aéreo y se solicite una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU; para que la Policía emplee todos sus recursos en que los sufridos caminantes no encuentren ni una piedrita en su camino; para que todas las ambulancias de la provincia y los recursos sanitarios (incluidos los helicópteros medicalizados) aseguren ese primordial objetivo del Estado que es el «esguince cero»; para que los patrulleros de tránsito (en el tiempo que les deja libre la persecución de gitanas) hagan ulular desesperadamente sus sirenas como si detrás viniera un Lincoln Continental convertible modelo 61 con el presidente Kennedy gravemente herido.
Los peregrinos se han convertido así, en nuestra decimoquinta etnia originaria, en una especie protegida, como el yaguareté o el lince ibérico. ¡Ay qué sería sin ellos la Fiesta del Milagro! ¡Qué sería del gobierno si no pusiera en ellos todo el mimo y todas las atenciones que niegan a otros pobres y desasistidos!
Si el gobierno decidiera un día extender la perfección de su ayuda a los peregrinos a los niños que tienen que caminar horas o montar mulas para llegar a sus escuelas, a las mujeres pobres que claman por protección frente a la violencia machista desbocada, a los enfermos que piden una atención digna y humanizada en los hospitales públicos, a los ancianos que aspiran a una vejez sin apuros innecesarios, a los niños sin hogar, a las familias destruidas, a las personas sin trabajo, a las víctimas que exigen justicia, Salta tendría, sin lugar a dudas, el Estado del Bienestar más justo y eficiente del mundo.
Y no como sucede ahora, y viene sucediendo desde hace tiempo, que el gobierno confía en que será la inmensa misericordia del Señor del Milagro (y no sus políticas) la que impida que se produzca esa gran catástrofe social que dejaría al hundimiento de Esteco a la altura de una simple anécdota.