Matar mujeres: esa costumbre que nos distingue y hace únicos a los salteños

  • La felicidad de los salteños es incuestionable y se cimenta en sus costumbres únicas. Nadie que se atreva a cuestionar las bases de esa felicidad tan intensa tiene cabida en nuestra sociedad.
  • Una cuestión de hábitos ancestrales

Según el particular ideario del gobernador Urtubey, el resto del país no quiere «entender» que los salteños tenemos unas costumbres únicas. Ni qué decir del resto del mundo, por supuesto. Si nuestra salteñidad se considera amenazada por un puñado de porteños leguleyos que nunca ha blandido una guitarra en los fogones bajo las estrellas, ¿qué pensar de los peligros que provienen de ese mundo tan revuelto, batido por los huracanes y sacudido por los terremotos?


Salta es pura fe, pero no solo en el Dios misericordioso sino también en el General Güemes y en Urtubey, que junto con el Señor del Milagro son los que evitan que se produzcan calamidades en nuestra tierra. Por eso no hay que tocarlos ni atreverse a poner en duda sus proezas.

Da casi igual que en Salta haya cientos de miles de pobres. La miseria con fe se vive de otra manera, digamos «más dulce». Ya lo decía la santa Madre Teresa de Calcuta (uno de los ídolos oficiales de Urtubey junto a Marcelo Tinelli): en el sufrimiento de las personas hay algo hermoso que los acerca a Cristo.

Por esta razón, Urtubey piensa que la matanza de mujeres como si fuesen urpilas hondeadas debe vivirse en Salta como una fiesta de fe, como un sacrificio necesario para alcanzar nuestra salvación.

Por supuesto, los porteños no entienden ni papa de eso. Muchos de los que critican nuestras más rancias «costumbres» se alimentan con sushi en Palermo Hollywood y no conocen los beneficios nutritivos de la humita en chala.

Es evidente que hay cosas que nos hacen únicos a los salteños. La pobreza, el asesinato de mujeres, las multitudinarias demostraciones de fe y la religiosidad en las escuelas del Estado forman parte de nuestro ADN social y debemos defenderlas como costumbres intangibles y perpetuas. El «orgusho salteño» de Urtubey es, por tanto, justificadamente desbordante.

Por eso no debemos dejar que un grupo de charlatanes, como el que conforman los jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, meta sus narices en nuestras costumbres y ponga en riesgo nuestra identidad como pueblo. Los salteños tenemos jueces gauchos, que sabrán poco Derecho, es verdad, pero que dominan como nadie el antiguo arte de la arbitrariedad y el de cabalgar con guardamontes. Es la opinión de ellos la que nos interesa, no la de esos engolados juristas formados en las diabólicas universidades del «imperio».

Que nadie venga a arruinar nuestra felicidad. Que nadie se meta con nuestro Gobernador y pretenda insinuar que no debemos votarlo, en las elecciones, porque él y solo él ha hecho el milagro de que en estos 154.000 kilómetros cuadrados convivan en perfecta armonía los motochorros, los asesinos de mujeres, los mercaderes del vicio, las embarazadas adolescentes, los beatos represores del alma, los enemigos de la democracia y las tejedoras de pulóveres para perros desamparados.

Y si los salteños son felices como son, ¿por qué no dejarlos que lo sigan siendo?

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