
Del epíteto al denuesto hay solo un paso.
Dejando de lado, por el momento, el término 'genocida', cuyo uso indiscriminado constituye normalmente una falta de respeto a las víctimas de los genocidios, el interés de este artículo se centra en determinar con mayor precisión el alcance y significado de la palabra 'represor'.
Porque 'represor' no es solamente aquel que armado de un palo disuelve con violencia una manifestación o una protesta social, ni tampoco aquel que ha ocupado cargos en la dictadura militar, y menos quien simplemente viste o ha vestido alguna vez uniforme de las fuerzas armadas o de seguridad.
Encasillar al represor en estos estereotipos es una simplificación, bastante peligrosa dicho sea de paso.
Represor es quien reprime, es decir, quien -generalmente desde el poder- lleva a cabo un acto, o un conjunto de actos, que tienen por finalidad contener, detener o castigar con violencia actuaciones políticas o sociales.
En esta definición hay por lo menos dos elementos clave: el poder y la violencia. Es decir, no hay represión si la violencia que se emplea para detener o castigar la libertad política o social no proviene de un ejercicio de poder.
Pero la idea de 'violencia' es muy diferente según sea el sujeto que la ejerza. Pues no es lo mismo la violencia privada que la violencia que se ejerce desde el poder político y bajo el amparo de la autoridad.
La autoridad es autoridad precisamente porque puede ejercer la violencia sin llegar a la violencia. En términos un poco más complicados: la autoridad es la capacidad de lograr la obediencia de los demás, sea en base a una legitimidad racional (jurídica o moral), sea en base a la amenaza de castigo en caso de desobediencia.
Si solo consideramos represores a los pobres policías que a empujones y porrazos despejan una calle cortada, estamos mirando solamente una parte del fenómeno represivo y no precisamente la parte más importante.
Represor es todo aquel que, desde el poder, limita la libertad de los ciudadanos con actuaciones que -aunque sean legales- suponen un ejercicio abusivo de la autoridad y un uso desviado de las facultades que legalmente tiene reconocidas. Represor es incluso aquel que, sin incurrir en arbitrariedad o desvío de poder, piensa que la punición y el castigo son las únicas formas de resolver los conflictos y de acabar con los males sociales, y obra en consecuencia.
Un juez que impone en su sentencia "castigos con finalidad social", que no están previstos en la ley, es un represor, y uno de los más peligrosos. Un funcionario que se obsesiona con clausurar cuanto puesto de venta de comida ambulante haya en la ciudad es otro represor, sin que nos demos cuenta de ello. Una jueza de menores que envía a prisión a niños que no han cometido otra falta que la de ser pobres, no es un agente del Estado de Derecho sino una represora con todas las de la ley.
La lista es infinita. El inspector de escuelas que persigue y acosa a los maestros y los amenaza con sumarios y cesantías; la policía o el juez que privan de su libertad a una persona en base a simples sospechas; el empleado público de cierta jerarquía que acosa laboralmente a ordenanzas y secretarias, haciéndoles vivir auténticas pesadillas; el cura que manda al infierno a todos los que acuden a él en busca de la absolución por pecados mucho más veniales que los que comete el propio sacerdote; el profesor universitario que disfruta sometiendo a sevicias a un alumno en un examen, hasta colocarlo en ridículo o al borde de la tartamudez; los afectados y afectadas de misoginia que impiden el progreso social y laboral de las mujeres; el agente de tránsito que es capaz de levantar un acta de infracción por prejuicios sociales contra un conductor por su color de piel; el presidente de una cámara en la que ni la autonomía de los diputados ni la libertad de los ciudadanos son respetadas; el fiscal que reforma la ley procesal penal para perfeccionar los mecanismos represivos; el magistrado que ha consagrado su vida a la persecución policial de sus semejantes; el director del diario que ordena realizar escuchas telefónicas a sindicalistas; el periodista que pide castigos terribles para los pequeños delincuentes y los que reclaman la muerte civil para quienes ya han pagado su deuda con la sociedad...
Si nos fijamos bien, nos daremos cuenta que los represores no están -al menos no exclusivamente- en los cuarteles y en las comisarías. Que generalmente no van armados con palos y fustas; que convivimos con ellos hasta en los ascensores y que no nos damos cuenta de que son lo que son, porque nos parece normal que así sean o porque nosotros también llevamos adentro un represor "reprimido".
No hay represor que se asuma como tal, que reconozca su condición y que opere a la luz del día. Todos se esconden y se enmascaran, pero haberlos, haylos. Y en Salta, mucho más todavía.
Cualquiera que pretenda imponer su autoridad, con prepotencia y arbitrariedad, por encima de nuestra libertad, es un represor, sea que actúe con la ley en la mano o que se pase la ley por el Arco del Triunfo.