Felinicidio masivo en un hospital público de Salta

Veinte gatos aparecen muertos en los pasillos del Hospital Señor del Milagro de la ciudad de Salta. Inmediatamente, una veterinaria (se supone que de alguna asociación defensora de los animales) practica una necropsia a los cadáveres y determina que los gatos han sido envenenados.

La rapidez de la actuación de la veterinaria y la precisión de los resultados de sus estudios cadavéricos hace dudar seriamente si esta profesional no debería asumir inmediatamente la dirección del hospital, cuyos médicos -según dicen- no son tan rápidos ni tan precisos. A lo sumo, se merece un puesto en el Cuerpo de Investigadores Fiscales.

Según diversas publicaciones periodísticas, los veinte gatos vivían a pata suelta en el interior del mismísimo Hospital. Nadie ha explicado por qué motivo lo hacían y menos aún han justificado que los gatos (sin dueño y asilvestrados) compartieran su suerte con los enfermos del hospital, en donde se supone debe reinar la máxima asepsia.

Lo que se sabe es que son los trabajadores del hospital los que alimentan a estos gatos (porque hay muchos más), aunque no se descarta también que los felinos se busquen la vida por los alrededores de la maternidad, a donde, como ocurre en los documentales de la BBC, salen a cazar nutritivas placentas.

Una de las profesionales hospitalarias alimentadoras de los gatos, que fue la que descubrió el masivo felinicidio, acudió a la Policía a poner una denuncia por maltrato animal. Hasta el momento, no se sabe de nadie que haya denunciado a los alimentadores de gatos hospitalarios por el mal trato al paciente que supone la cría de estos animales. Se conoce que los gatos -aún los perfectamente sanos- pueden transmitir al ser humano enfermedades muy graves que incluyen infecciones bacterianas, virales, por hongos, parasitarias y protozoarias.

Quizá lo más curioso de la noticia es que los gatos del viejo Hospital del Milagro son unos 40 (un verdadero familión) y que cada uno de ellos estaba «fichado y sometido a un seguimiento» por los profesionales del hospital, tal y como si fuesen pacientes de la sala de ginecología con problemas de ovarios.

El público exige ahora conocer «la ficha» de los gatos inquilinos del hospital y el tiempo de trabajo diario que invierten sus cuidadores (que perciben un sueldo del Estado) en cuidarlos, alimentarlos, clasificarlos y hacerles un seguimiento «interactivo y personalizado». Las asociaciones de amigos de los pacientes quieren descartar también que la alimentación de los gatos no esté siendo sufragada con dinero público destinado a la atención y cuidado de los seres humanos. Es decir, que el pollo que suministra el Ministerio de Salud no sea sustraído del estómago de los enfermos para engordar a los gatos.

Cuidemos el hospital público y a los pacientes

Un funcionario con responsabilidad en el área de la salud pública, lejos de escandalizarse por la enorme población de gatos en un hospital y por las graves consecuencias sanitarias que ello puede acarrear, ha dicho sin ruborizarse: «La gente no puede andar tirando pedazos de carne con veneno en un lugar al que van niños», como si comer carne del suelo fuese para los niños de Salta la cosa más natural del mundo.

Todo el mundo esperaba que dijera: «Por razones de salud, no puede haber gatos ni otros animales domésticos en los lugares donde hay seres humanos internados recuperándose de graves enfermedades».