
La siguiente es una enumeración arbitraria de los principales mitos o leyendas urbanas que animan la vida pública de Salta y que se caracterizan por su ausencia casi total de una base real o histórica que las sostenga.
1. Salta es una Provincia rica. Prácticamente todas las formas existentes de medir la riqueza de un territorio nos dicen que Salta es una Provincia pobre. Sin embargo, los salteños vivimos de la ilusión de estar asentados sobre una tierra de recursos infinitos y valiosísimos. Hasta el momento, nadie ha logrado hacer que esos recursos afloren, que sirvan para mejorar la vida de los salteños, o demostrar que no tienen fin y que su valor es superlativo.
2. Salta vive en crisis pero vivió un pasado de prosperidad. Depende de lo que se entienda por prosperidad. Cuando los fértiles valles centrales de nuestra Provincia servían para la crianza de animales que luego serían destinados a las minas del Alto Perú, el nivel de vida de los salteños (de algunos pocos) creció de una forma asombrosa. Pero, aun así, los registros socioeconómicos de la época, siendo importantes, jamás han conseguido acercarse a la prosperidad de algunas de nuestras provincias vecinas, como Jujuy (con su capacidad industrial) o Tucumán (con los ingenios azucareros).
3. Salta tiene una cultura excelsa. A decir verdad, los valores culturales de Salta son cuantiosos pero en cierta medida vulgares. Si hubiese realmente existido la prosperidad a que se refiere el punto anterior, las artes y las ciencias hubieran florecido de una manera extraordinaria en Salta, lo que no ocurrió en ningún momento de la historia. Al menos, la Universidad Nacional de Tucumán tuvo en la década de los años sesenta del siglo pasado su edad de oro.
4. Salta tiene bellezas naturales inigualables. Esta también es una verdad que necesita ser matizada. Partiendo de la base de que no hay dos lugares exactamente iguales en todo el mundo, las bellezas de Salta -que son indudables- no son únicas ni tan bellas. Paisajes de montaña como los que existen en Salta se pueden encontrar en lugares tan disímiles como Afganistán, Mongolia, el Estado de Colorado en los Estados Unidos, en los alpes austriacos y en Namibia, por solo citar unos pocos lugares.
5. Salta atesora valores arquitectónicos únicos. La arquitectura y el urbanismo van de la mano. Las ciudades con edificios bonitos y una urbanización descuidada son ciudades a medias. El espacio público urbano conforma un todo en el que las partes deben guardar cierta armonía para que el conjunto destaque. Los edificios más bellos de Salta -excepto quizá el Cabildo- no han sido erigidos en la época colonial, como mucha gente cree, sino entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, gracias a la aportación de brillantes arquitectos italianos y españoles. Muchos de estos edificios han sido arrasados en nombre de un modernismo mal entendido.
6. Salta vivió un pasado lleno de gloria. Esta es sin dudas una de las mentiras más grandes. Salta ha sido y es una tierra de paz, con pobladores que desde sus orígenes desconfían de la guerra como método para solucionar las disputas. Si en territorio salteño se hubiesen librado grandes batallas o si nuestros valles hubieran servido como escenario a grandes gestas históricas (los historiadores difieren acerca de lo que se debe entender por «grande»), en Salta tendríamos hoy extraordinarios monumentos como el de la Madre Rusia en Volvogrado o el Monumento a la Segunda Guerra Mundial en Washington. Por fortuna, Salta no fue jamás destruida ni bombardeada. Sus habitantes no conocen los sacrificios y privaciones de la guerra y a los hombres de armas nacidos en la Provincia -a excepción de Güemes- no se le conocen proezas ni actos heroicos.
7. Los salteños somos una clase especial de personas. Todas las anteriores falsedades y verdades a medias pueden llevar a algunos a la confusión. Son los que creen que por haber nacido en una «tierra elegida» se consideran a sí mismos seres superiores al resto. Nuestras costumbres son bastante normales, nuestros comportamientos individuales y colectivos un tanto ordinarios y nuestra contribución a la mejora del país que nos contiene y el mundo que nos rodea, mínima. El denominado «orgullo salteño» es una enfermedad que nace de los complejos y las taras más atávicas.
8. Salta tiene un clima encantador. Basta con salir, viajar y vivir en otros lugares del planeta para darse cuenta de que esto no es verdad, ni por aproximación. La variedad topográfica del territorio salteño, así como nos proporciona una gran variedad de climas, se erige en obstáculo para la cohesión y la integración territorial. Solo una estrecha franja de Salta puede presumir de un clima benigno, si por tal se puede entender la visita periódica del zonda en invierno y las inundaciones generalizadas en verano. En el resto de la Provincia hay que armarse de valor para sobrevivir al entorno.
9. Los salteños somos solidarios. La solidaridad en el seno de las sociedades modernas no se mide por los litros de sangre donados, por la cantidad de órganos extraídos para trasplante o por las veces que detenemos la marcha del coche para asistir a un perro atropellado, sino por el porcentaje de la población que paga regularmente sus impuestos, por el porcentaje de la población empleada que aporta a los regímenes de seguridad social y por la eficiencia de la redistribución de los recursos fiscales. Estos indicadores en Salta dan auténtica pena. Si de verdad fuésemos solidarios, la pobreza en Salta sería solo un mal sueño.
10. Los salteños estamos bien gobernados. Si lo estuviéramos, casi todos los nueve mitos anteriores dejarían de ser mentiras de autoconsolación para convertirse en realidades que van camino hacia su concreción. Desde que hay memoria, no ha habido un solo gobernante que no intentara disimular sus fracasos detrás de las reivindicaciones de un federalismo perpetuamente insatisfecho y la sensación -falsa, por supuesto- de que el pérfido centralismo del puerto expolia nuestros recursos genuinos.