
Cada vez que se pierde una persona en Salta -sobre todo si es mujer-, en vez de que se pongan en marcha los mecanismos de la cooperación ciudadana con la policía, algunas personas se lanzan como enjambre de abejas por las calles, para «reclamar justicia».
Una actitud como esta solo se puede justificar si las autoridades demuestran en los hechos su indiferencia frente a la desaparición, si no investigan correctamente o si por cualquier causa se niegan a hacerlo. En todos los demás casos, las manifestaciones y las marchas solo contribuyen a crear un clima de histeria colectiva que para nada favorece la investigación.
Hay, por supuesto, gente que sin saberlo o sin proponérselo ayuda a ese clima de histeria colectiva. Pero hay otros que se proponen de forma deliberada sobresaltar a sus semejantes. Entre ellos hay que distinguir a quienes persiguen esta finalidad para dar mayor «visibilidad» al asunto y otras que persiguen objetivos de naturaleza política.
La política -que no es mala de suyo- tiene disparadores que son innegablemente legítimos (como la pobreza, la desigualdad o la injusticia), pero cuando nos enfrentamos a un drama familiar, por mucho y que sus repercusiones sociales sean extensas, el suceso no debe ser utilizado como argumento político ni como ocasión para dejar fluir el pensamiento ideológico.
A muchos de los que identificamos en los párrafos precedentes les parece más bien que la desparición de una mujer, en vez de convocar a sus semejantes a buscarla, es una invitación para realizar en la calle una gran revolución, para incendiar la ciudad, para denunciar los excesos del régimen y la misoginia de la sociedad. Y no es el caso.
Las personas desaparecidas no aparecerán más pronto si la gente se lanza a la calle a vociferar. Para llamar la atención de unas autoridades lentas o ineficientes hay otros medios mucho más efectivos que enarbolar pancartas y corear consignas contra todo lo que se mueva.
Llegados a un punto, parece que si de repente se detuviera la desparición de mujeres, se produciría un vacío tremendo en la vida de ese grupo de activistas que se ha especializado en solidaridades a la carta. En lo más íntimo de su ser, prefieren que las mujeres sigan desapareciendo, para así poder ejercer su deporte favorito, y no encerrarse en sus casas a tejer al crochet.
La sociedad solo demuestra madurez si, frente a acontecimientos tan angustiantes como la desaparición de una persona (del sexo que sea), reacciona ayudando a quienes la buscan y no echando sobre ellos permanentemente la sombra de la sospecha.