Motochorros vs embarazadas

  • Motochorros y embarazadas representan en Salta el papel de los Montescos y los Capuletos.
  • Una historia de amor
El crecimiento de la actividad motochorreril en Salta tiene una sola explicación: el aumento de la cantidad de motos que circulan por las calles de la ciudad.

Es decir que mientras el número de delincuentes se mantiene más o menos fijo (siempre en proporción a la demografía), lo que varía es la mayor disponibilidad de medios de lomoción para granjearse la impunidad mediante una huida segura.

Lo curioso de la criminalidad salteña es que la actividad de los motochorros está casi exclusivamente dedicada al mundo de las embarazadas.

Como llamativo también es que la prensa local destaque con grandes titulares la gravedad de los ataques motorizados a las embarazadas y pase por alto -como si fueran nimios- los que sufre el viandante que recorre nuestras calles en estado no gestacional.

¿Cuáles son los motivos para que los delincuentes motorizados hayan elegido este target tan particular?

Uno podría ser que el embarazo en sí mismo es demostrativo, prima facie, de un cierto buen pasar económico. Hablamos, por supuesto, de embarazos deseados y planificados. Aunque los motochorros no tienen una capacidad analítica desarrollada, saben distinguir entre quien se quedó embarazada «por un olvido» o por «una noche loca» y quien ha trazado minuciosamente un plan para aumentar su familia.

En el caso de las embarazadas «interesantes», los motochorros suponen que las amigas las llenan de regalos y que la mayoría de estos van a parar a las carteras de estas mujeres. Digamos que los motochorros, cuando atacan, piensan más en el contenido de la cartera que en otras cosas, como por ejemplo lo que la señora lleva en la pancita.

Otra de las razones podría ser el hecho de que el embarazo dificulta a las mujeres salir corriendo. Por eso, los motochorros las prefieren, quizá, del séptimo mes en adelante.

La última explicación es que estos delincuentes las prefieren embarazadas de puros mal nacidos que son. Al arrancar la moto se preguntan: ¿dónde está el segmento más indefenso de la sociedad? y acto seguido la emprenden con las embarazadas.

Es hora de que el Ministerio de Derechos Humanos y Justicia se plantee organizar un curso/taller/clínica para enseñar a los motochorros a respetar a las embarazadas (así estén de media hora de gestación) y a estas últimas a ser condescendientes con sus naturales depredadores. Una especie de mesa de conciliación entre un colectivo y el otro.

Quizá dialogando, tanto los unos como las otras descubran que les gustaría experimentar alguna vez las sensaciones del antagonista. Tal vez, con tanta eficiencia como la demostrada por las enseñadoras a sueldo de la ministra Calletti no esté lejano el día en que podamos ver a los motochorros con panza de ocho meses y a las embarazadas sobre 125 cilindradas rugientes exudando adrenalina en un raid mechero por las tiendas de la ciudad.