Conducir un Lamborghini Gallardo por las calles de París cuesta 89 euros

  • Un medio digital de Salta publica como si fuera una hazaña la foto de un salteño conduciendo en París un coche deportivo de lujo.
  • Una hazaña insuperable
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Una empresa de alquiler de coches de lujo con acompañante -Dream On Board- ofrece conducir por París coches, que son un poco caros para comprarlos, por la módica suma de 89 euros, sin depósito y con la sola condición de presentar un permiso de conducir de la Clase B.

Suelen estar en tres puntos estratégicos de la ciudad: 1) al pie de la gigantesca noria ubicada en el extremo oriental de la Place de la Concorde, justo a la entrada a los Jardins des Tuileries; 2) en la calle de Marignan, donde se cruza con Champs Elysées, y 3) en cercanías de la Place du Trocadéro, desde donde se ve mejor a la Tour Eiffel.

Los tres lugares tienen en común que en ellos se apiñan los incautos, hasta el punto de que es parada obligada para las timadoras del anillo dorado o de la ropa de saldo.

Digamos que subirse a un Ferrari California o a un Lamborghini Gallardo es cosa bastante sencilla. El servicio está pensado para turistas a los que les gusta sacarse la foto cuando están al volante de autos carísimos.

Desde que tengo memoria, he visto a decenas de salteños anónimos subirse con inocultable entusiasmo a estos coches deportivos para millonarios. Nunca -hasta hoy- había visto a uno que se animara a publicar su «hazaña» en un diario. Me pareció un poco ridículo, no tanto para el conductor como para el diario que ventiló su foto.

Confieso que alguna vez me acerqué a estos bólidos coloridos para tocarlos con el dedo, pero que nunca me subí a uno de ellos, no por falta de carnet, ni de ganas, sino por una elemental prudencia económica. Me gustan los coches deportivos italianos, sin dudas, pero no encuentro nada excitante conducirlos; sobre todo después de haber tenido alguna vez en mis inquietas manos el Ami 8 color caqui del doctor Arias en Cerrillos, que era una máquina endiablada, muy difícil de dominar.

Cada vez que veo un súperdeportivo de estas características estacionado en los rincones más bellos de París pienso que con los 89 euros que me cuesta la hora de paseo puedo invitar a mi familia a comer una estupendas pizzas a Pizza Pino, que está en la misma avenida de Champs Elysées, muy cerca desde donde se puede uno subir a estas maquinarias de más de quinientos caballos.

Comer en Pizza Pino sí que es una hazaña, no por el precio, que al fin y al cabo con un poco de suerte se puede pagar, sino por la enorme cola que hay para entrar al sitio. Muchas veces por intentarlo terminamos amontonados en el 5Guys de la misma avenida, en donde la cola también es kilométrica, pero menos.

Es muy divertido oír hablar a los argentinos en París, porque dicen cosas tremendas pensando que nadie les entiende.

Así, una vez muy cerquita de la tumba del Soldado Desconocido, justo debajo del Arco de Triunfo, una señora muy mal hablada y peor vestida, seguramente vecina de Claypole, al ver a un par de mujeres chinas fotografiarse vestidas con unos abrigos de imitación de piel de leopardo, de ultimísima moda, dijo en voz alta: «Acá hay que venir fashion, no con tapados de leopardo truchos».

Son las chinas, y no las vecinas de Claypole, las que llenan las tiendas de super lujo en la avenue Montaigne. Justamente allí es donde se compran esas porquerías, cada una de las cuales vale más o menos lo que un Lamborghini Gallardo. Y no exagero.