
El gobierno de Urtubey vive inmerso en un mundo de fantasía, parecido al de Walt Disney, pero sin Campanita, una vez que la tiranía de la actualidad ha forzado el pase a retiro -Dios quiera que temporal- de la ministra Calletti.
Las utopías no son malas de suyo, pero cuando se persiguen sueños que no están al alcance de la mano, quienes pagan el precio del fracaso no son los teorizadores sino el pueblo.
Para empezar, Urtubey debería poner orden en su cabeza y elegir entre convertir a Salta en una locomotora del desarrollo industrial, con un motor chino movido por litio salteño, o hacer retroceder a la Provincia a la época del trueque y de la economía de recolección y subsistencia.
Todavía no se sabe muy bien cómo van a hacer los chinos de BYD para fabricar autobuses de ultimísima generación en una ciudad en donde la mano de obra de mayor cualificación se dedica al fraguado de cemento o al bordado; en donde sobran los profesionales liberales (especialmente psicólogos al servicio del Poder Judicial) y casi nadie quiere trabajar en una fábrica.
Quizá el secreto está en el acrónimo de la empresa (Build Your Dreams), que en su empeño civilizador parece ya tener todo solucionado para poner los autobuses fabricados en General Güemes en un puerto chileno a precio de ganga, no sin antes trasponer una de las cordilleras más elevadas del mundo.
Pero allá los chinos con sus dreams. El asunto está en saber si esa cultura industrial que fluirá desde el valle de Siancas por obra y gracia del gigante de Shenzhen no dejará en evidencia los esfuerzos del gobierno por hacer que los aborígenes del norte de la Provincia «vendan sus propias verduras».
El paso de una economía precámbrica a una que contemple la comercialización del excedente es más grande que el salto que supone producir vehículos eléctricos en Güemes, a partir de la cultura del carro choclero.
A los residentes en Pluma de Pato, Media Luna, Morillo, Misión Chaqueña, El Talar, Ingeniero Hickman, Pozo La Mora, y Las Llanas no se los puede tratar como manadas, como si fueran ejemplares de yaguareté. No son especies protegidas ni vacas sagradas, sino ciudadanos, seres humanos, que no han logrado integrarse a la civilización y disfrutar de sus beneficios porque una idea absurda sobre la tutela de su cultura nos impide sumergirlos en la ciudadanía.
Pero claro, el gobierno de Urtubey se da cuenta de que nuestros aborígenes ya casi han conseguido un Estado propio a fuerza de que les sean reconocidas ciertas ancestralidades y que, por tanto, ahora les toca tener un mercado propio.
Si la cosa funciona, pronto veremos reemplazados nuestros mercados tradicionales (incluido el Nuevo Noa Shopping) por dinámicos mercados diseñados a pulso por el Ministerio de la Primera Infancia. La cultura, cuando es fuerte y se expande, no hay quien la detenga.
Y vaya a saber si por su idiosincrasia, el salteño no está más inclinado a consumir en los mercados más primitivos. Al fin y al cabo, originarios somos casi todos.