
El gobierno de Juan Manuel Urtubey, en base a una combinación poco sofisticada de técnicas de marketing y obstinación administrativa, ha convertido la figura histórica del General Güemes en un objeto estatal de veneración obligada, a semejanza de lo que el comandante Hugo Chávez Frías hizo con la imagen de Simón Bolívar, a la que identificó con la ideología dominante del Estado.
Es curioso, por no decir penoso, ver a los magistrados del Poder Judicial de Salta, que deberían dar ejemplo de rechazo a cualquier idolatría, rindiendo sobreactuados homenajes a Güemes, cuando es sobradamente sabido que en las épocas en las que vivió el augusto general salteño la justicia local apenas si era un remedo de la justicia de su majestad y los conflictos intersubjetivos se resolvían aquí por las bravas.
Por razones históricas, o más bien cronológicas, Güemes no puede ser considerado el «padre» de algunas de las modernas instituciones de Salta, como por ejemplo los tribunales de justicia, al menos tal cual hoy los conocemos. No conviene exagerar.
La dimensión impostada de «Güemes símbolo» y la del «Güemes icono cultural» tienden a empequeñecer su figura histórica más que a engrandecerla.
Solo es posible comprender a Güemes en toda la complejidad del personaje y situarlo en el lugar que se merece en base a crítica y contradicción, y no mediante imposiciones legales y un ceremonial del culto cuyo carácter obsesivo y omnipresente se parece más a las loas que se le rindieron a Stalin y a algunos dictadores de Corea del Norte, que a una auténtica exaltación patriótica.
A pesar de la inédita declaración legal de «héroe nacional » que parece blindar en bronce la gloria de Güemes, a despecho de su dimensión humana, las honras que se le tributan en Salta no son «patrióticas» en el sentido que normalmente se atribuye a esta palabra, sino que constituyen una manifestación poco elaborada y bastante notoria del localismo; o, si se prefiere, del «patriotismo» de escala pequeña.
Cierta parte del culto oficial a Güemes -y una parte no desdeñable del culto popular- persiguen el objetivo de colocar a la «raza salteña» por encima de las demás, lo que no solo es absurdo desde el punto de vista histórico y antropológico, sino que también es decidida y peligrosamente antidemocrático.
La identificación de Salta con Güemes o, para mejor decir, con los valores de cierto güemesianismo de escritorio, significa una limitación, un recorte, una degradación del pluralismo inmanente de nuestra sociedad. Es una forma de control social y de disciplina política que no debe ser tolerada por los ciudadanos libres, que respetan su pasado y lo honran, estando de acuerdo con él o criticándolo, pero que no se sienten dispuestos a comprar ciertas reelaboraciones oficiales de historia con las que se pretende cristalizar el pasado y poner fin a la evolución de la Historia instaurando una especie de dictadura del pensamiento único.
Güemes no es Jesucristo ni en vida pretendió serlo. Que el culto a su inmensa figura histórica se convierta en un rito religioso ofende a creyentes y no creyentes por igual. Ver a Güemes por doquier no solo cansa al que vive en esta tierra sino que transmite al visitante la idea de una sociedad que se ha quedado anclada en la contemplación del pasado, y que vive -como las orgullosas viudas de aquellos soldados que en realidad murieron de cirrosis y no atravesados por una bayoneta enemiga- de las rentas de una gloria que jamás se ha logrado cuantificar en su justa medida.
Es hora de que dejemos respirar a Güemes, de que su figura -que ya ha superado largamente el test del tiempo- se agigante por su propio peso y no por decisiones políticas voluntaristas. Que el recuerdo que se le tributa sea, antes que nada, racional y se encuentre despojado de elementos sobrenaturales, como los que hacen alusión a las dimensiones míticas de la personalidad del héroe, y que más que aproximarlo a los cielos, como creen muchos salteños, lo emparentan cada vez más con superhéroes de historieta como Batman o Superman.
Desgraciadamente, Güemes no está siendo usado por el gobierno de Salta como un elemento de cohesión social tanto como un reclamo de legitimación para unas políticas desquiciadas que cada vez menos disfrutan del favor popular. El intento de hacer converger en un confuso holograma a las figuras de Güemes y Urtubey constituye una impresentable manipulación de los sentimientos de los salteños que no debemos permitir por ningún motivo.
Urtubey necesita a Güemes, pero Güemes no necesita a Urtubey. La figura de nuestro General es ya de por sí demasiado grande e importante para que el gobierno se cuelgue de los flecos de su poncho e intente venderle a una sociedad candorosa e ingenua que la gloria de Güemes será más gloria cuantos más homenajes vacíos de contenido y de sentimiento se le rindan a lo largo y ancho del territorio.
Dejemos pues de vivir en esta eterna mentira y abramos las puerta a un mañana en el que Güemes sea lo que deba ser y no lo que Urtubey quiere que sea.