
Miles de salteños viven estupendamente bien. Están los que lo han conseguido gracias a su proximidad con el poder de turno, pero también están los otros que se han ganado a pulso el estatus del que disfrutan. No hay por qué olvidarse de ellos.
En sus fastuosas urbanizaciones se vive, por lo general, de forma tranquila, segura y hasta limpia, teniendo en cuenta que la mugre es un rasgo que desde siempre ha atravesado las clases sociales, sin excepciones.
Niñitos bien acicalados y mejor perfumados emprenden viaje todas las mañanas a sus colegios privados, en donde se aprende a rezar a la Virgen primero y solo después quién fue Cristóbal Colón o el General San Martín.
Niñas con lacito rosa y niños enfurruñados se encuentran en cumpleaños y comuniones, mientras la vida rueda y rueda en un sinfín de superficialidades que tiene como efecto el que nadie pregunte «Mamá ¿por qué nosotros tenemos tanto dinero y la familia Mamaní vive en la miseria?»
Esos miles de salteños -con algunas excepciones honrosas- no se enteran mucho del lugar en el que viven, porque para ellos todo se resume en ese unicornio azul que retoza por las falsas praderas y que de tanto en tanto se detiene a soplar las esporas de un diente de león.
Ni los niños ni los adultos de esta condición social se enteran que a pocos pasos de los alambres de púa que separan sus opulentos barrios de la vida real las mujeres mueren como ratas aplastadas por una violencia machista incontenible.
Ellos siguen su vida, como si nada ocurriera «allá afuera».
Pero para acabar con los asesinatos de mujeres se necesita también el compromiso de ellos. Es preciso que no miren para otro lado cuando las papas queman.
La conclusión es que hay miles de salteños, entre inocentes y perversos, que viven en Femicilandia haciendo gala de una felicidad desbordante.
Quizá suceda por mala información, o quizá porque tengan internalizado el asesinato de mujeres como «algo normal».
Esto no puede seguir sucediendo. Esta sociedad partida, insolidaria e insensible es un resabio del medioevo que entre todos tenemos el deber de superar.
Entre todos debemos enterrar (ya no a más mujeres, por favor) sino a Femicilandia y a los bárbaros que con sus políticas inútiles y desenfocadas han conseguido que Salta se convierta en el lugar más propicio del mundo para acabar con la vida de las mujeres.