
La pobreza puede medirse y de hecho se mide por cientos de indicadores. No todos son fiables ni satisfacen las expectativas de los gobiernos, como el de Salta, que intenta desesperadamente encontrar algún índice que diga que la fiebre empieza a los 118 grados y no a los 37.
Pero para valorar qué tan pobre es una sociedad hay que fijarse en sus conflictos laborales.
Cuando los que paralizan la economía son los controladores aéreos, los brokers de la bolsa, los fabricantes de coches, los investigadores en genética o los controladores del tráfico por pantallas estamos ante el retrato de una sociedad, si no desarrollada, al menos organizada sobre ciertas bases racionales.
Pero cuando los que desbaratan la organización social son los carreros, los bagayeros, los chocleros, los mesiteros, los traficantes de ropa usada y los vendedores ambulantes de fernet, es que la pobreza habla por sí sola.
Esto sucede en Salta, y no porque no haya controladores aéreos, brokers, genetistas o vigilantes del tráfico, sino porque estos sectores están en el inframundo de la economía o el conocimiento.
En el mundo de las economías desarrolladas, cuando estallan los conflictos aparecen de un lado y del otro sofisticadísimos equipos de crisis con economistas, sociólogos, antropólogos y expertos en semiótica. En Salta dejamos a los conflictos en manos de los curas; y cuando estos fracasan, en las de la Virgen.
Un día de estos no será extraño ver al Intendente de Orán con una lechuza en el hombro.
No quisiéramos ni pensar qué sucedería con nuestro PIB oculto (y con el oficial) si a los narcotraficantes se les ocurriera ir a la huelga.
Digamos para concluir que Urtubey y sus boys jamás se han preocupado por transformar de raíz nuestra economía, fomentando la emergencia de sectores y profesiones estratégicas.
Ayer mismo, el sagaz funcionario encargado de que los ciudadanos se puedan conectar a las cloacas y al gas, ha celebrado la llegada de este último fluido a un barrio, no por la cantidad de megavatios que podría generar una hipotética central eléctrica, sino por la cantidad de bollos caseros que las amas de casa van a preparar de ahora en más.
Todo un canto a la economía del subdesarrollo.
El Ministro de Trabajo, que viaja a la OIT, no olvidemos, forma cooperativas de costureras para coser delantales y servilletas, como el siglo XIX.
Con estas grandes conquistas sociales y económicas es que Salta quiere organizar el Mundial de 2026. Ahora que se ha caído Qatar, todo es posible.