
A diferencia de la bella ciudad en la que nació el insigne Jean Jacques Rousseau, Salta no está erigida en las márgenes de un gran lago. El espejo de agua más grande de la ciudad que fundó Lerma es la charca (mal llamada lago) que embellece a medias el Parque San Martín, que se disputa el título con otras grandes superficies de aguas servidas que afloran en algunas esquinas céntricas de la ciudad.
Pero al igual que Ginebra, Salta tiene su chorro. No queremos hacer chistes fáciles con esta palabra, sino más bien referirnos al poderoso «jet» con que los bomberos que operan a pie de pista en el aeropuerto de la ciudad saludan el vuelo inaugural de una aerolínea. Una especie de «baby shower» en versión aeronáutica.
Según el gobierno provincial, se trata de algo «tradicional», a la altura probablemente del poncho salteño, de los bombones de cayote con nuez, de la zamba La Cerrillana, de la humitas de Chicoana, de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y de los tejidos de llama.
Que algo parecido se haga en otros aeropuertos del mundo (lo que se conoce como water cannon salute), no quiere decir sin más que esta práctica tenga entre nosotros el arraigo de una «tradición», como sostiene el gobierno de Salta. Para hablar de tradición no basta con repetir una conducta: es necesario que exista una transmisión de doctrinas, ritos o costumbres de generación en generación.
Siendo así, no se comprende muy bien que los bomberos dependan efectivamente del Ministerio de Seguridad y no del Ministerio de Cultura, con el que tienen seguramente más afinidad. Nadie sabe a qué esperan los funcionarios de la calle Caseros 460 para darle la bienvenida al corazón administrativo de nuestras mejores tradiciones a los que las cultivan de esta forma tan «hidrofolklórica». Alguien debería gestionar ya mismo para cada apagaincendios destinado en el aeropuerto una pensión al mérito artístico, por lo menos.
Se trata, no obstante, de una tradición un poco peligrosa, por varios motivos. En primer lugar, el que los bomberos utilicen el chorro de las autobombas con carácter festivo es como si el regimiento de caballería se dedicara a hacer disparos de tanques blindados cada vez que Central Norte mete un gol. Es como si la Policía, en vez de hacer estallar inofensivos petardos, celebrara la llegada del año nuevo con disparos al aire de sus armas reglamentarias.
Puestos a jugar con las cosas sagradas, es también como si los curas se dedicaran a jugar al carnaval con agua bendita, como si los médicos internaran en terapia intensiva al novio en una despedida de soltero (solo por joder), o como si la gente utilizara sillas de ruedas por la calle pudiendo perfectamente caminar. Ello sin contar con que a algún gracioso se le podría ocurrir sacar a procesionar al Señor del Milagro en pleno mes de marzo. El julepe de la población sería de antología.
No se juega con las cosas del trabajo. Mal hacen los bomberos al echar agua al aire sin necesidad (que la dispare un camión hidrante durante una manifestación o un «tetazo», vaya y pase), pero es como si los bomberos hicieran sonar sus sirenas por el centro de la ciudad porque se les enfría la pizza. Cualquiera, ante la vista del chorro o el ulular de la sirena podría pensar que algo se está quemando, y no precisamente una pizza.
Tradicional, lo que se dice tradicional es la salva de veintiún cañonazos efectuada por un regimiento histórico con munición de fogueo. El mejor homenaje que se puede hacer a una nueva conexión aérea es llenar el avión y no la pista de agua. A ver si alguien después patina y se disloca una cadera. No juguemos con esto, che.