
La relación entre ambas noticias es muy clara: por muy originario que alguien pueda ser, ya sea en el neolítico o en el presente, creer que estos ciudadanos tan naturales no conocen las drogas es una suposición un tanto errada y peligrosa.
Los neanderthales, al parecer, no tenían «dealers» de aspirinas y no se conoce que en la época en que vivieron -hace unos 40.000 años- los químicos de Leverkusen hubieran inundado ya las farmacias de sus tribus con aspirinas (si no había bayas, tampoco había cafias).
Y si hace ya unos cuantos miles de años los neanderthales (cuyo carácter originario no necesita de complicados peritajes judiciales) ya tenían nociones del uso de drogas, ¿por qué motivo los wichis de Pichanal habrían de ignorar la existencia de determinadas sustancias?
Cuando vivieron los neanderthales no se conocían ni la moneda, ni los celulares, ni las tarjetas de crédito. Sería un poco raro -cuando no desilusionante- saber que mantenían una especie de mercado negro de árboles curativos y que sus «dealers» eran señores de baja estatura, complexión robusta y cráneo amplio y alargado.
Tampoco había, por lo que se puede intuir, una idea del marketing estratégico, ya que si tenemos en cuenta que los neanderthales tenían una nariz amplia de aletas prominentes, alguien podría haber levantado millonadas vendiéndoles las mismas sustancias con las que hacía su agosto el narcoaborigen de Salta.
En cualquier caso, un narcoaborigen no es muy diferente a un narco común; es decir a uno no aborigen ni originario. Es de esperar que la pintoresca etiqueta forjada en la más imaginativa de las redacciones del territorio no le dé nuevos argumentos a cierto juez (que aún ocupa un importante sillón) para decir que la posesión en cantidades industriales, el consumo de pasta base y el negocio del camello forman parte de la «identidad cultural» de la sufrida etnia wichi.
Si así fuera, cabría esperar que antes de que procese al «dealer» por un delito de tráfico de estupefacientes se le confiera vista al perito antropólogo de turno para que dictamine si colocarse hasta las manos con droga a medio elaborar es o no una conducta sagrada para los pueblos originarios de Salta, una conducta que el Estado de Derecho tiene que aceptar sin rechistar, en nombre de la preexistencia de no se sabe qué historias.