El juicio contra Mazzone y el Registro de Operadores de la Carne

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Si el juicio que por estas días celebra la Primera Sala del Tribunal de Juicio de la ciudad de Salta concluyera hoy, con las certezas probatorias reunidas durante la primera semana de audiencias, a los jueces que integran la sala no les quedaría más remedio que declarar la incompetencia de los tribunales de justicia y girar las actuaciones al Registro de Operadores de la Carne, con jurisdicción territorial en El Bordo.

En efecto, los testigos han remachado una verdad que asoma como inconmovible: a ciertas horas, el remisero Valdez se ausentó del sarao «para ir a buscar más carne» y al regresar lo hizo con tres kilos de falda de costilla y dos adolescentes de la zona.

Como esta conducta ni de lejos configura corrupción de menores, la fiscal del caso baraja la posibilidad de solicitar un informe a la Policía Caminera, a fin de que, tras inspeccionar el vehículo del citado remisero, dictamine si la unidad de propiedad de Valdez reúne los requisitos reglamentarios para el transporte de carne.

El detalle no es banal, ni desde el punto de vista de la acusación pública y menos desde la óptica de las defensas, por cuanto si la autoridad competente llegara a determinar, por las características frigoríficas del remise de Valdez, que la carne no se encontraba apta para el consumo humano y debió, por tanto, ser objeto de decomiso, adiós a la acusación de corrupción de menores.

Este sorprendente giro solo es posible gracias al vuelo literario de la crónica del diario El Tribuno, fechada la pasada medianoche y que lleva por título el de «Remiseros apoyaron la versión de Mazzone». Allí se puede leer lo siguiente: «Como iba a faltar asado, Valdez fue a buscar más carne y al regresar trajo a otras dos adolescentes».

No lo dice El Tribuno, pero es posible que al pisar el umbral de La Ramada, de regreso de su triunfal excursión por los comercios especializados de la zona, Valdez haya también exclamado de viva voz: «Aquí traigo unas carnecitas para el gancho».

Esta actitud carnívora, que podría haber molestado a las feministas que caminaban de un extremo a otro la plaza de El Bordo, portando un feroz discurso «antichicho», no incomodó en lo más mínimo a las interesadas. Al contrario, espoleó su imaginación, hasta tal punto que una vez integradas en el asado (llamarle «fiesta» es lo que a la fiscal le interesa), la emprendieron a gritos: «¡Chicho! ¡­Chicho! ¡Intendente, vení, vení!».

Y Chicho, todavía con el tridente asador en la mano, sudoroso y sin camisa, acudió a la llamada de las ninfas. El viejo cuento de las sirenas que con su seductor canto atraen a los marineros hacia los riscos.

Fue Ulises el que, persuadido del peligro que representaba para su navío el canto de las sirenas, ordenó tapar con cera los oídos de sus remeros y se hizo atar al mástil del navío. Si el hechizo musical pedía que lo liberasen, sus marineros tenían órdenes de apretar todavía más fuerte sus ataduras. Gracias a esta estratagema Ulises fue el único ser humano que oyó el canto y sobrevivió a las sirenas, que devoraban a los infaustos que se dejaban seducir.

Señores jueces: ¿Tenemos que pensar que Chicho Mazzone es más fuerte que Ulises? Craso error cometeríamos si equiparásemos al exintendente de El Bordo con el protagonista de la Odisea.

Chicho al final acudió a la llamada, pero como zorro viejo que es, pidió a su remeros (remiseros) que apretaran sus ataduras. Les dijo a las sirenas: «¿Quieren meterse a la pileta? Ma sí, metansén, pero con lo que tengan a mano, che. No me pidan mallas. Aquí solo tengo sungas negros de talle XXL».

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.