La 'paz social' de Fredy Flores

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El líder de los carreros de Salta, señor Fredy Flores, ha departido amablemente con el Arzobispo local, a quien le ha dicho que no es partidario de la violencia sino de la 'paz social'. Ello, según lo recoge el diario El Tribuno en su edición digital del día de la fecha.

La declaración pacifista del señor Flores se produce unos tres días después de que una horda de carreros que responde a su orientación ideológica arremetiera violentamente contra un grupo de mujeres integrantes de asociaciones protectoras de animales, a quienes se les ocurrió protestar contra la tracción animal, justo en el mismo momento y lugar en que los carreros realizaban una demostración de fuerza (mezcladas con toques carnavaleros) en el Monumento a Güemes.

Esta forma de entender la paz social es propia de la tradición judeo-cristiana. Primero cometo el pecado y después, seguro de que obtendré el perdón divino, acudo al sumo sacerdote a decirle que con las patadas, los cachiporrazos y las trompadas yo no pretendía otra cosa que conquistar la paz.

Claro que para que esto funcione de acuerdo con el aligerado trámite procedimental de las Sagradas Escrituras, hace falta un sumo sacerdote con espíritu amplio y con el perdón a flor de labios.

Fredy Flores y sus carreros se lanzaron al encuentro de esta misericordia cautiva, atraídos seguramente por la noticia de que el sumo sacerdote del territorio había acogido hace no mucho en el templo a un par de fariseos que contrajeron matrimonio contrariando la ley de Dios. Inmediatamente los carreros pensaron que ellos, por unos cuantos golpes aplicados a mansalva a unas mujeres indefensas que se habían interpuesto de modo inoportuno en su camino, no serían rechazados. Al que viene a mí, de ningún modo lo echaré afuera.

A veces, una penitencia express vale más que mil palabras y mil audiencias con el canónigo de turno. Pronunciado el abracadabra de rigor, los carreros agresores, llamados «patoteros» por el propio Intendente Municipal, pasan automáticamente a tener la consideración de «palomas de la paz» (hasta para el propio Intendente), o, lo que es lo mismo, a alcanzar una dimensión simbólica emparentada si acaso lejanamente con la del Espíritu Santo.

Sobre estas bases teológicas ¿quién puede rechazar la paz social de los carreros? Con la ramita de olivo colgando del pico, hasta sus caballos desnutridos nos parecen vigorosos percherones y sus carros destartalados unos Bentley dignos de la soberana de Westminster. Solo hace falta para eso -como en el caso de los dos fariseos matrimoniados- un poco de incienso, unos pases mágicos y unas gotas de agua bendita.