
Estos intérpretes de la idiosincrasia disfrutan de amplios espacios en los medios de comunicación y, para un cierto público interesado en el consumo de material de autoayuda, se han convertido en una especie de gurús de lo insondable, como si los salteños fuésemos portadores de una esencia muy difícil de averiguar o conocer a fondo.
Como todos los ejercicios de este tipo, que persiguen como objetivo resumir en unas pocas líneas el carácter común más íntimo de una población cada vez más variada y plural, los intérpretes de la idiosincrasia se ven obligados a recurrir a generalizaciones arbitrarias y a simplificaciones pueriles que, por debajo de su inofensiva formulación, esconden la intención -un poco menos inofensiva- de servir como base filosófica para experiencias de dominación política basadas en la negación sistemática de la disidencia.
El empeño intelectual de reducir la salteñidad y de comprimir toda su riqueza en un esquema teórico relativamente manejable, solo se puede interpretar en clave de poder; es decir, como un intento de la elite de mantener, aunque sea desde una perspectiva exclusivamente teórica, el estereotipo de la sociedad provinciana, pequeña pero orgullosa, rica pero pobre, religiosa pero pecadora y generalmente maltratada por el resto del país y del mundo.
Solo convenciéndonos de que Salta es una esencia irreductible, incapaz de descomponerse en fragmentos variados y diferentes, será posible asegurar el dominio político y social de una burguesía cada vez más pequeña y cada vez más venida a menos.
Los intérpretes de la idiosincrasia se proponen también acabar con los debates, con la diversidad de opiniones, con la pluralidad de ideas y de enfoques. La intolerancia es el cimiento del ejercicio uniformador.
Muchos salteños, entre residentes y no residentes, aceptan con resignación y a veces hasta con entusiasmo la proliferación de símbolos. Como la pretensión de allanar las diferencias no puede alcanzar el éxito por la vía de la convicción racional, los intérpretes de la idiosincrasia se han dado a la tarea de multiplicar los símbolos, para que la salteñidad, en vez de ser una opción cívica meditada y debatida, se convierta en una creencia.
Pero quién sabe si por casualidad o por cualquiera otra circunstancia de la vida, he tenido la suerte de conocer a los salteños más raros, extravagantes e inclasificables que se pueda conocer. A ellos menos que a nadie se les pueden aplicar los modelos teóricos de nuestros estudiosos telúricos, porque a lo largo de su vida no han hecho otra cosa que desafiar las convenciones sociales, contestar la legitimidad del poder y organizar su vida sobre otros valores, generalmente alejados de la ideología y de la religión.
Hay, por así decirlo, una Salta que no encaja en los esquemas vigentes del poder. Una Salta dispersa y silenciosa que observa, a veces con cuidado, otras veces con desdén, pero generalmente siempre con espíritu crítico, las pinturas de trazo grueso que nos dibujan como una sociedad encorsetada y prisionera de sus propias contradicciones. Hablo de comprovincianos a los que jamás se les ocurriría creerse modelos de nada y que no suelen presumir de sus conquistas, pero que viven una vida abierta, rica en matices y en relaciones, que poco tiene que envidiar a la vida encapsulada de quienes practican el catenaccio social para autoprotegerse frente al diferente.
Salteños que enfrentan al mundo y que sufren sus contradicciones sin victimismos ni complejos y que no tienen por costumbre endilgar sus fracasos y culpar de sus defectos a los conspiradores ni a los poderes residentes en otras latitudes. Salteños que aman a su familia, que creen en Dios tanto como en la libertad, que aún son capaces de conmoverse por las bellezas naturales de su tierra, pero que al mismo tiempo recelan del salteñismo enlatado y rancio que algunos fomentan para que la desfachatez del poder pueda entronizarse en el tiempo y anular ese impulso innato que muchos -con independencia de nuestro color de piel y de nuestro nivel de renta- llevamos adentro: el de ser ciudadanos, de Salta y del mundo.