El podólogo del peregrino, nuevo héroe social de Salta

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Para no romper con la tradición de años anteriores, los salteños se han volcado en masa a la atención de las variadas necesidades de los peregrinos.

Se han beneficiado de esta ayuda solidaria no solamente el morador de alejados parajes, sino también el salteño residente en la ciudad que, envidioso quizá de las atenciones que reciben los caminantes, se va hasta Cafayate, Pichanal o San Antonio de los Cobres y comienza allí una expedición pedestre digna de mucho mérito.

Unos y otros, sin hacer distinciones entre lugares de residencia o procedencia, son atendidos con mimo por los infinitos puestos de la Policía, la Municipalidad, la Iglesia, los voluntarios, los municipios vecinos, Defensa Civil, Bomberos, la Subsecretaría de Tránsito, hospitales públicos y cientos de otras instituciones.

Más que una acogida solidaria, este gigantesco despliegue de medios y recursos (que no se ve ni de casualidad en otras épocas del año) es un ejercicio velado de catástrofe sísmica. Hoy pueden ser los callos de los peregrinos, pero mañana -y Dios no lo quiera- pueden ser otro tipo de heridas.

A la tradicional atención médica con provisión de bebidas isotónicas, alimentación saludable, mediciones de glucemia y tensión arterial y atención veterinaria de las mascotas, este año los que se han llevado la palma son los podólogos, que viven una primavera anticipada.

Cientos y cientos de expertos en cuestiones pédicas (a las no alcohólicas nos referimos) inundan las calle de Salta, saltando de un lado al otro para atender desde esguinces, dolores de talón, juanetes, uñas encarnadas, pies de atleta o fascitis plantares, hasta ampollas producidas por el roce o el simple olor a patas (foot odour problem).

Los podólogos sacan pecho y defienden que su profesión es incluso más antigua que el propio Jesucristo. Argumentan, con documentos en la mano, que el cuidado profesional de los pies y la reflexología ya existían en el Egipto antiguo, según las evidencias que proporcionan los bajos relieves hallados en la entrada de la tumba de Ankmahor, que data aproximadamente de unos 2400 años antes de Cristo.

En síntesis, que la atención al peregrino (y a sus mascotas) no sería nada si no existieran estos profesionales en el arte de curar los pies. Para ellos son las primeras oraciones de los caminantes nada más llegar al santuario.