
Sin embargo, uno de los mayores riesgos para el desarrollo de los niños y las niñas en condiciones de pobreza y uno de los factores más críticos en la pérdida del potencial de desarrollo son las intervenciones sobre la infancia llevadas a cabo por entusiastas sin formación o por aquellos que, teniéndola, buscan alcanzar objetivos personales o sectoriales que nada tienen que ver con los valores de la niñez.
Lo que es realmente inexplicable es que en Salta la infancia se haya convertido en un terreno de experimentación y que nuestros niños -que son abundantes en número y pobres en su gran mayoría- sean hoy juguetes en manos de la Policía, de los museos, de las escuelas de boxeo, de las sectas religiosas, de los partidos políticos y de cualquier organización que quiera congraciarse con ellos.
Es evidente que la inmensa mayoría de estas organizaciones no buscan el bienestar de los niños sino legitimarse a ellos mismos, frente al declive de sus actividades específicas y la pérdida de aceptación social. Un baño de multitudes infantiles sirve para curar muchas heridas narcisitas en Salta.
No se puede ignorar que este fenómeno de instrumentalización de la infancia más vulnerable se produce por la pérdida de autoridad del gobierno y por la alarmante inutilidad de sus servicios especializados. A ninguna escuela de boxeo amateur se le ocurriría organizar un festival para niños si el gobierno hiciera bien los deberes en esta materia e impusiera como regla aquello de «con los niños no se juega».
Mañana bien podrían organizar festivales y jueguitos infantiles las asociaciones de patovicas, los fabricantes de cigarrillos, los vendedores de bebidas alcohólicas o los dueños de los casinos, que a nadie se le movería un pelo en Salta.
Afortunadamente la libertad permite que no existan asociaciones infantiles y que sean los adultos los llamados a defender el desarrollo equilibrado de nuestros niños. Si hay en Salta asociaciones que se dediquen a proteger y promover a la infancia, deberían ser ellas las primeras en denunciar esta manipulación de conciencias detrás de la que se ocultan, normalmente, los más oscuros intereses sectoriales.
Los niños no son juguetes ni son un mercado libre para la colocación de valores policiales, boxísticos o museísticos a gusto y paladar de los adultos.