Es la hora de recoger la siembra de estupidez

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Hace dos años, un inimputable se inspiró bajo la ducha para deformar el sublime Bad Moon Rising de Creedence Clearwater Revival y crear un engendro cuasimusical semicuartetero titulado Decime qué se siente, con el que pretendió no tanto exaltar las conquistas de la Selección Nacional de fútbol, sino denigrar al Brasil y a su seleccionado.

Con este engendro por bandera, miles imbéciles con camiseta albiceleste y pelucas de tony, envalentonados por la autarquía del país y mareados por la borrachera de desprecio al diferente, se dedicaron llenar los estadios de la Copa del Mundo para a romper el clima de paz y concordia entre las aficiones que los organizadores se preocuparon por crear.

El resultado de esta soberana estupidez no se hizo esperar. En cada partido que disputó nuestra Selección, el equipo enfrentó no solo al rival sobre el terreno de juego sino también un clima llamativamente hostil en las tribunas, que los diez o doce mil hinchas argentinos presentes jamás pudieron contrarrestar.

La famosa canción, ideada por una persona de mentalidad recortada que piensa que «Brasil» es el nombre de un equipo de fútbol, igual que Racing o Newell's, y no el nombre de un país con más de 100 millones de habitantes orgullosos del lugar en el que viven, ofendió innecesariamente a toda una nación.

La «gastada» pasó factura, no a los hinchas descerebrados que la protagonizaron, sino al equipo nacional, que debió ganar la final y que sin embargo la perdió, agobiado por el clima adverso de un estadio que muchos esperaban ver rendido a los pies del mejor jugador del mundo.

No ocurrió así, como casi todos saben.

Dos años después, la canción ha vuelto a revolver viejas heridas y los brasileños, con todo el derecho del mundo, han dicho que ya está bien.

Los deportistas olímpicos argentinos son objeto de un injusto rechazo por parte de los aficionados locales, pero la culpa no es de estos últimos sino de esos hinchas vacacionantes que van por las instalaciones olímpicas como pericos por su casa, creyendo que se puede humillar otra vez a los brasileños, gratis, como sucedió hace dos años.

Hoy, durante el partido entre Del Potro y Sousa se armó una trifulca en la tribuna motivada por la poca simpatía entre hinchas brasileños y argentinos.

El incidente es un ejemplo claro de que las «gastadas» futbolísticas argentinas no son precisamente una expresión de humor universal, como algunos creen, y que, al contrario, forman parte de una forma agresiva, intolerante y xenófoba de entender la rivalidad deportiva entre los pueblos.

La poca paciencia de los anfitriones está diciendo a los gritos que los argentinos que acuden a los estadios olímpicos deben moderar sus expresiones, respetar al país que los acoge y comportarse de una forma aceptable.