
Al menos, es esto lo que sostiene la historiadora María Azucena Fernández, autora del libro titulado «Güemes en encrucijada», en una entrevista que concedió al diario El Tribuno de Salta.
Cuando se suponía que con el final de la era kirchnerista se había acabado con la costumbre de señalar a Europa como la fuente de todos los males nacionales, en pleno auge del macrismo Europa vuelve a ser marcada por el pensamiento ideológico como el espacio territorial y cultural que provoca, a control remoto, nuestras mayores frustraciones y atrasos.
Probablemente a causa de la cultura grecolatina, a la que algunos despistados atribuyen una influencia excesiva en los últimos 2.500 años, el estudio de los gauchos no ocupa más páginas en los manuales que utilizan los estudiantes secundarios argentinos.
A decir verdad, ¿qué utilidad podría reportarle a un joven argentino en plena formación conocer a Alejandro Magno? ¿Qué de bueno han hecho por nosotros personajes Aristóteles, Cicerón o Descartes para que la historia le dedique grandes capítulos? ¡Si ni siquiera llevaban poncho!
Mejor, estudiar a Güemes, héroe sanguíneo donde los haya. Porque aunque no haya conquistado el imperio aqueménida, no fundara el Liceo en Atenas ni hecho grandes contribuciones a la oratoria, a la retórica o a la geometría analítica, defendió la frontera norte con la bravura de un león.
Y la defendió de esos pérfidos europeos a los que luego premiamos estudiándolos con esa pasión detallista y clasificatoria que es propia de los entomólogos.
¡Ah! ¿Qué Güemes era descendiente de escoceses? Bueno, como casi todos nosotros descendemos de algún europeo que anduvo zascandileando por estos lares. Pero eso no les da derecho a esculpir nuestra historia, a moldearla según sus deseos.
Y si la historia es nuestra, y no de ellos, su estudio no debería comenzar en los colegios secundarios con los asirios o los caldeos (pueblos que de tan remotos que son han dejado de ser importantes) sino unos tres mil años después, con el abordaje a lomo de caballo de una fragata inglesa en el puerto de Buenos Aires por un escuadrón comandado por Güemes.
A Europa, como no ha hecho nada remarcable en los últimos 800 años, mejor estudiarla en tres páginas, que podrían demandar dos clases de cuarenta minutos. Es decir, apretarla un poco para que el estudiante conozca aunque sea por las tapas a Santo Tomás de Aquino, a Napoleón Bonaparte, a William Shakespeare, a Albert Einstein, a Brauch Spinoza, a Isaac Newton, a Cristóbal Colón, a Sigmund Freud, a Louis Pasteur, a Wolfgang Amadeus Mozart, a Miguel de Cervantes, a Marie Curie, a Carlos Marx, a Winston Churchill y a Charles Darwin.
Si aprovechamos bien esta comprensión, se podría dar cabida a un seminario virtualmente eterno sobre la vida del coronel Vidt, del capitán Mollinedo, de Juana Azurduy o de Chocolate Saravia. Así echaríamos un baldazo de justicia sobre esta historia tan asimétrica y tan influida por esos insulsos europeos.